viernes, mayo 01, 2009

Discipulado integral Parte II


por Harold Segura C.

La formación cristiana, desde esta perspectiva de la acción consecuente, se diferencia de las falsas doctrinas (herejías) que proliferaban por aquel entonces y que Pablo combate en sus cartas.


«Ejercita el don que recibiste mediante la profecía, cuando los ancianos te impusieron las manos” (1Ti 4.14)

¿Cuál es el interés prioritario de las cartas pastorales? ¿El crecimiento personal de Timoteo y Tito, o la consolidación de las iglesias a su cargo? Los dos propósitos se conjugan bien y se inciden mutuamente. Las iglesias se edificarán en la medida que sus dirigentes sean creyentes maduros, y estos, a su vez, lograrán la madurez mientras ejercitan sus dones y se involucran en la proclamación y defensa del evangelio.

La propuesta del apóstol es «formación en la acción». Porque el discipulado no es un proceso retórico a la manera de la escuela clásica griega. Éstos disfrutaban el arte de preguntar y de especular sobre la verdad por la vía del conocimiento abstracto. La filosofía nació con ellos. Por el contrario, el discipulado es un proceso de vida que se aprende en medio de la acción de servir a Cristo, mientras «se sube la montaña», como lo muestra esta historia:

«Desde cuándo eres monje? Pregunté.—¿Un verdadero monje? Desde hace poco. Empleé cincuenta años escalando la montaña de la decisión.—Dime, ¿hay que comprender antes de decidir, o se decide y luego se comprende?—Si quieres de verdad seguir mi consejo —dijo— no hagas tantas preguntas y sube la montaña»

Así sucedió con los primeros cristianos. No se hicieron muchas preguntas acerca de la oración, o del perdón, o de la evangelización, o del amor; ellos simplemente oraban, perdonaban, evangelizaban y amaban. No es que en el discipulado no haya lugar para los cuestionamientos —de ellos está llena la teología—, sino que las interrogantes van en su lugar adecuado:

tras el seguimiento. Segundo Galilea lo expresa así: «Se trata de conocer al Señor que seguimos contemplativamente, con todo nuestro ser, particularmente con el corazón. Como un discípulo y no como un estudioso. Como un seguidor y no como un investigador... no conocemos a Jesús sino en la medida que buscamos seguirlo»... y servirlo, agregamos nosotros, en medio de su pueblo.
De allí que las disciplinas trazadas por el apóstol tengan que ver con el compromiso radical de seguir a Jesús en medio de las condiciones adversas del mundo (2 Ti 3.1), de la apostasía reinante (1 Ti 4.1), y de los falsos creyentes (2 Ti 4.14).

Por otra parte, a la acción ministerial dentro de la iglesia, se suman las buenas obras para con los de afuera. La diaconía, expresada por medio de las buenas obras hacia los más necesitados es uno de los temas centrales en las tres epístolas.

Pablo exhorta a ocuparse en las buenas obras para que la fe tenga fruto: «Que aprendan los nuestros a empeñarse en hacer buenas obras, a fin de que atiendan a lo que es realmente necesario y no lleven una vida inútil» (Tit 3.14). «Vida inútil», según la expresión del texto, equivale a «discipulado infructuoso».

La formación cristiana, desde esta perspectiva de la acción consecuente, se diferencia de las falsas doctrinas (herejías) que proliferaban por aquel entonces y que Pablo combate en sus cartas. Esas son fábulas que conducen al debate grandilocuente, pero que no contribuyen a la «edificación de Dios que es por fe» (1Ti 1:4). La «fe no fingida» (1Ti 1.5; 2Ti 1.5) es aquella que logra traducir la piedad personal e íntima, en acciones que expresan el amor de Dios al mundo necesitado.

Jesús, en la llamada Gran Comisión según Mateo, manifiesta que los suyos deben ir a hacer discípulos «enseñándoles a obedecer todo lo que les he mandado a ustedes» (Mt 28.20). Al respecto señala René Padilla que este es un «proceso de formación en la práctica y para la práctica de la enseñanza de Jesús —la voluntad de Dios—, sin la cual no hay discipulado genuino».
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El autor, colombiano de nacimiento, es consultor de Relaciones Eclesiásticas e Impacto Cristiano para América Latina y el Caribe de Visión Mundial Internacional.

Discipulado integral Parte I


por Harold Segura C.

El modelo de Pablo en la formación de sus discípulos nos lleva a pensar que el discipulado es, sobre todo, un proceso imitativo.

«En Pablo, más que en cualquier otro escritor neotestamentario, encontramos la visión misionera más sistemática y profunda elaborada en un marco cristiano y universal» Donald Senior El discipulado es el proceso doloroso por medio del cual la iglesia toda contribuye a que sus miembros sean cada vez más parecidos a Jesús. Los dolores, dice el apóstol Pablo, son semejantes a los de una mujer parturienta: «Queridos hijos, por quienes vuelvo a sufrir dolores de parto hasta que Cristo sea formado en ustedes» (Gá 4.19)*.

Es doloroso y complejo porque el objetivo hacia el cual apunta es «que Cristo sea formado» en nosotros. ¡Vaya tarea! En el caso de Pablo, el costo resultó alto: desvelos, angustias, mucha paciencia y amor sacrificial. Pero, como sucede con la mujer que da a luz, la tarea también resulta gratificante y llena de sentido. Es esa la tarea que, según el apóstol, le da alegría a nuestro ministerio y nos causa sano orgullo delante del Señor. Así lo expresa, por ejemplo, cuando se refiere a sus discípulos de Tesalónica: «En resumidas cuentas ¿cuál es nuestra esperanza, alegría o motivo de orgullo delante de nuestro Señor Jesús para cuando él venga? ¿Quién más sino ustedes? Sí, ustedes son nuestro orgullo y alegría» (1Ts 2.19–20).

La tarea de hacer discípulos es paradójica. En ella, la alegría y el dolor se encuentran en el mismo camino. Pablo experimentó la angustia del parto y la felicidad del alumbramiento. Él fue experto en pesares, pero también maestro en gozos desbordantes al ver que sus hijos en Cristo crecían en la fe. A la misma comunidad de Tesalónica les escribe: «¡Ahora sí que vivimos al saber que están firmes en el Señor! ¿Cómo podemos agradecer bastante a nuestro Dios por ustedes y por toda la alegría que nos han proporcionado delante de él?» (1Ts 3.8–9).

Por su pericia en el difícil arte de contribuir a la formación de cristianos maduros y de crecer juntamente con ellos, Pablo se constituye en un extraordinario punto de referencia para el aprendizaje de lo que significa ser discípulo y hacer discípulos en el contexto de la comunidad de fe. Él será el modelo que examinaremos en esta ocasión.

El enfoque bíblico se concentrará en las tres cartas pastorales —las dos a Timoteo y la dirigida a Tito— y desde ellas se plantearán los interrogantes en relación con la labor de formar discípulos y ser formados como tales. Entregaremos el desarrollo del tema en varios artículos.

Las cartas pastorales

A Paul Antón, biblista del siglo XVIII, se le atribuye haber sido el primero en denominar «cartas pastorales» a las tres epístolas escritas por Pablo a sus íntimos colaboradores Tito y Timoteo. Esas cartas forman un grupo homogéneo de los escritos paulinos y, al igual que la dirigida a Filemón, sus destinatarios particulares no son las iglesias mismas, sino sus pastores. Su contenido abunda en recomendaciones acerca del ejercicio ministerial, pero agrega también orientaciones pastorales para el crecimiento cristiano y el fortalecimiento de la fe de los servidores de «la casa de Dios» (1 Ti 3.15).

Estas cartas pertenecen a los llamados escritos tardíos del apóstol Pablo; quizá entre los años 62 y 67, cerca de su muerte. La ubicación de las fechas, al igual que la identificación de su autor, ha sido objeto de extensos y numerosos debates entre los especialistas del Nuevo Testamento. Al aceptar las fechas indicadas y la autoría de Pablo nos acogemos a la tradición de la iglesia antigua, aunque reconocemos las serias repercusiones de esta opción.

Los escritos están dirigidos a Timoteo y a Tito. Pero bien se puede pensar que, aunque se mencionan los nombres específicos, las recomendaciones tienen en mente a un grupo más amplio de dirigentes de la iglesia.

Los dos personajes son conocidos cristianos del siglo primero, quienes mantuvieron una relación de amistad y fraternidad con el apóstol Pablo. Timoteo fue uno de sus colaboradores más íntimos y gozó de su plena confianza. El libro de Hechos lo menciona en seis ocasiones (16.1; 17:14,15; 18:5; 19:2; 20:4) y dieciocho en las epístolas paulinas. Fue compañero inseparable del apóstol en sus viajes por Galacia, Troas y Filipos, entre otros lugares; incluso durante la prisión en Roma. Pablo le encargó el gobierno de la iglesia en Éfeso, ciudad donde se encontraba cuando recibió la primera carta (1 Ti 1.3). Las referencias dejan ver una relación cálida entre el maestro y el discípulo: en una ocasión lo llama «mi hijo amado y fiel hijo en el Señor» (1Co 4.17) y en otra «mi verdadero hijo en la fe» (1Ti 1.2)

En cuanto a Tito, su nombre se menciona en doce ocasiones en las epístolas paulinas (2Co 2.13; 7.6, 13, 14; 8.6, 16, 23; 12.18; Gá 2.1, 3; 2Ti 4:18; Tit 1.4). Estaba junto a Pablo en el concilio de Jerusalén (Gá 2.1–3). Era de origen gentil (Gá 2.3) y probablemente pertenecía a la comunidad de Antioquía. Pablo le confió delicados encargos ministeriales y, al final de la vida del apóstol, fue constituido pastor de Creta (Tit1.5) y colaborador en la misión hacia Dalmacia (2Ti 4.10), territorio de la antigua Yugoslavia.

En estas epístolas encontramos algunas pautas para el camino, en cuanto a la formación cristiana y a la mejor manera de contribuir al desarrollo de creyentes fieles a su Señor y obedientes a la tarea del Reino. Pablo deseaba que estos dos servidores de la iglesia se esforzaran por presentarse a Dios aprobados «... como obrero[s] que no tiene[n] de qué avergonzarse y que interpreta[n] rectamente la palabra de verdad» (1Ti 2.15). ¡Con nada menos se sentiría satisfecho!

Contribuir a ese propósito era una tarea primordial en la vida del apóstol. Él presentía que su partida estaba cercana: «Yo, por mi parte, ya estoy a punto de ser ofrecido como un sacrificio, y el tiempo de mi partida ha llegado» (2Ti 4.6). Al partir dejaría un legado de compromiso radical con la causa de Cristo que Tito y Timoteo deberían recoger y continuar en medio de las iglesias. Había, pues, un sentido de urgencia en este propósito.

Pero, ¿cómo realizó Pablo esa tarea? ¿Cuáles fueron las pautas que siguió para contribuir en la formación integral de esos dos apreciados discípulos? Una lectura atenta de las cartas pastorales iluminará las respuestas.

Proceso imitativo

«He peleado la buena batalla, he terminado la carrera, me he mantenido en la fe»
(2Ti 4.7)

Una de las características de estas epístolas es su exigencia moral y espiritual para los dirigentes de las iglesias (pastores, obispos o diáconos), entre ellos Tito y Timoteo. Se requiere que sean intachables, moderados, sensatos, temperantes, y cuidadosos de su conducta pública (1T. 3.2–13). Pero a ese nivel de calidad moral no se podía aspirar con solo afirmar la ortodoxia doctrinal. Quizá, es por eso que Pablo apela a su propio modelo de vida. Los lectores de sus cartas entienden, entonces, que la primera lección de discipulado viene dada por la vida del mismo escritor. Él es la lección encarnada.

Este principio de la formación por medio del ejemplo personal es un común denominador a casi todos los escritos paulinos. En otra carta afirma: «Lo que aprendisteis y recibisteis y oísteis y visteis en mí, esto haced» (Fil 4.9). Todo aquello que el apóstol demandaba de sus discípulos cercanos ellos lo podían ver en la vida y en la práctica del apóstol: había experimentado una genuina transformación (conversión) personal (1Ti 1.12–15); había sido valiente en los momentos de persecución y sufrimiento (1 Ti 4.10; 2Ti 1.12); y había perseverado en la fe cuando los demás lo habían traicionado (2Ti 1.15; 4.16–18).

Es a partir de ese modelo de madurez cristiana que exige que sus discípulos sean irreprensibles moralmente, comprometidos en su ministerio y limpios de conciencia. No reclamaba otra autoridad aparte de la que le concedía su testimonio de vida. Esto explica por qué Pablo le pide a Timoteo: «no te avergüences de dar testimonio de nuestro Señor Jesucristo, ni de mí, preso suyo» (2Ti 1.8). En este caso, el testimonio acerca del Jesús que estaba en los cielos se verificaba por medio de la vida del discípulo que estaba en la tierra. Dar testimonio de Jesús equivalía a dar testimonio de Pablo. ¡Extraña asociación que nos indica hasta dónde puede llegar el impacto de una vida en permanente transformación! Este y no otro era el secreto pedagógico del apóstol.

Pero el ciclo formativo no se detiene ahí. El proceso de hacer discípulos es dinámico y su efecto es multiplicador: Primero, Pablo es un imitador de Jesús; luego Timoteo y Tito imitan a Jesús con la ayuda del modelo de Pablo; para que, finalmente, las iglesias puedan imitar a Tito y Timoteo: «Con tus buenas obras, dales tú mismo ejemplo en todo» (Tit 2.7).

Este modelo apostólico nos lleva a pensar que el discipulado es, sobre todo, un proceso imitativo. Imitación, primero de Cristo, como bien lo recordó en el siglo XV el célebre Tomas de Kempis en su obra Imitación de Cristo. Para el místico alemán la vida cristiana no consiste en saber bien la doctrina, sino en vivir con fidelidad la verdad conforme al modelo de Jesús. Decía él que «quien quiera entender con perfección y sabiamente las palabras de Cristo es preciso que trate de conformar con Él toda su vida». Imitar al Maestro, afirmaba, es el secreto de la iluminación.
Pero también imitación de quienes sirven como modelos de gracia y de virtud. Jesús lo había dicho en sus términos: «Hagan brillar su luz delante de todos, para que ellos puedan ver las buenas obras de ustedes y alaben al Padre que está en los cielos» (Mt 5.16).
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El autor, colombiano de nacimiento, es consultor de Relaciones Eclesiásticas e Impacto Cristiano para América Latina y el Caribe de Visión Mundial Internacional. * Todas las citas bíblicas son tomadas de la Nueva Versión Internacional NVI, Sociedad Bíblica Internacional, 1999. KEMPIS, Tomas de. Imitación de Cristo. Barcelona: Editorial Regina, 1996. p. 16.

jueves, abril 30, 2009

El Amor y La Presiòn



Llegar a casa y recibir el abrazo del hombre o la mujer que uno ama reduce la presión arterial precipitada por una jornada laboral estresante, señala un nuevo estudio.
La investigación realizada por la Universidad de Toronto y dada a conocer durante una reunión de la Asociación Estadounidense del Corazón, monitoreó a 216 hombres y mujeres a lo largo de un año.
Todos tenían entre 40 y 65 años y habían estado viviendo en pareja durante los últimos seis meses. Al comienzo del estudio, se monitoreó la presión sanguínea de los participantes a lo largo de 24 horas, durante un día laboral.
También se asesoró el nivel de stress que cada uno enfrentaba en su trabajo. Y a través de otra prueba se evaluó la "cohesión marital" de los mismos.
El estudio encontró que aquellos que tenían trabajos demandantes, pero también tenían contención conyugal, vieron decaer levemente su nivel de presión arterial.
Mientras que aquellos con trabajos estresantes que no contaban con apoyo en casa, padecieron el esperado aumento de presión.
Los científicos a cargo del estudio señalaron que estos resultados son significativos, en vista de que la presión sanguínea suele subir naturalmente con el paso de los años.
Fuente: BBC. Redacción: ACPress.net
La Biblia siempre tiene la razón y habla continuamente de la importancia de amar. EL amor si tiene efecto en todas las áreas de nuestra vida. Muchos males que hoy aquejan a la humanidad están enraizadas en la amargura, el odio y el resentimiento. Que te parece si hoy, cuando llegue a casa, le estabilizas la presión arterial a aquellos que viven contigo, un un cálido abrazo? Pruebalo, es buen remedio.
El amor es paciente, es bondadoso.
El amor no es envidioso ni jactancioso ni orgulloso.No se comporta con rudeza, no es egoísta, no se enoja fácilmente, no guarda rencor.
El amor no se deleita en la maldad sino que se regocija con la verdad.Todo lo disculpa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta.
El amor jamás se extingue, mientras que el don de profecía cesará, el de lenguas será silenciado y el de conocimiento desaparecerá.I Cor 13:4-8
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martes, abril 28, 2009

¿Aquièn le importa?



Entonces, en secreto persuadieron a algunos hombres para que dijeran: Le hemos oído hablar palabras blasfemas contra Moisés y contra Dios. (Hechos 6:11)

Contra Moisés - Si lees el relato de Lucas de los trabajos de los apóstoles (comúnmente llamados Hechos) veras algo muy curioso. Una y otra vez los apóstoles aseguran su observancia de las enseñanzas de Moisés. Ellos no rompen la tradición con sus hermanos judíos.

Son seguidores devotos de la Tora. De hecho, son tan meticulosos en guardar las instrucciones de la Escritura que hombres impíos han inducido a otros a conjurar mentiras sobre ellos para aplacar sus proclamaciones.

Esteban es ejemplo perfecto. Sus enseñanzas sobre Yeshua el Mesías fueron tan poderosas que quienes se oponían a él no ganaban un solo argumento. Pero nota su táctica. Tuvieron que mentir sobre las palabras de Esteban.

¿Y porque es tan curioso esto? Bien, implica que Esteban guardó la Tora. Si Esteban fuese uno de los creyentes “bajo la gracia” de hoy, no habrían tenido que mentir sobre su enseñanza.

El hubiera abandonado la Tora claramente. Nadie lo dudaría. Habría dicho, como lo hacen
muchos hoy, que ahora estamos bajo la gracia, que la Ley ha sido puesta a un lado y ya no es efectiva. Pero Esteban no hizo eso. Así que tuvieron que mentir sobre él para que pareciese que si lo dijo.

¿No te parece extraño que Esteban, el primero mártir “cristiano” fue tan observante de las enseñanzas de Moisés que no pudieron encontrar ninguna causa legítima con que acusarlo? Eso no es lo que enseña hoy la iglesia, ¿no es así? Veras, existe gran confusión sobre la Ley y la Gracia que ha sido parte de muchos círculos cristianos por varios siglos ya. Pero no había confusión en el pensamiento de Esteban – ni en Pablo, Juan, Santiago, Pedro o el resto de ellos. Ningún apóstol hablo contra Moisés (el griego aquí es blasphema eis Mosen, literalmente “blasfemia sobre Moisés”). Nadie pudo encontrar base para tal acusación. Aparentemente, los apóstoles no veían ninguna disparidad entre la ley y la gracia.

Pablo nos ayuda a ver por qué. La gracia siempre ha sido el medio de salvación. Abraham fue salvo por gracia. Nosotros también. La gracia no tiene nada que ver con gana el favor con Dios – pero- ser obediente a las instrucciones de Dios tiene todo que ver con ser útil a los propósitos de Dios. No existe conflicto entre la ley y la gracia porque no tienen que ver con lo mismo.

La obediencia trae utilidad, bendición y propósito. Eso no es lo que trae la gracia. La gracia trae la posición correcta ante el Padre. Solo El ejecuta el proceso que nos declara justos. Pero somos llamados a la obediencia por gratitud para que podamos serle de máxima utilidad a Él. Eso es lo que tiene que ser un esclavo – útil. Y Dios nos ha dado el libro en utilidad. Se llama la Tora.

Nota, si deseas, que la confusión sutil sobre la ley y la gracia está presente en esta pequeña traducción. Veras, el griego no repite la palabra “contra.” Combina la blasfemia contra Moisés en la misma categoría que la blasfema contra Dios. El griego dice, “blasfemo sobre Moisés y Dios.” Esto implica que cuando hablo contra lo que dijo Moisés, también hablo contra lo que dijo Dios.

Dijeron lo mismo. Cualquier judío habría leído ese pasaje de esa manera. ¡Pero nos hemos graduado! Ahora hacemos distinción entre las enseñanzas de Moisés y las de Dios. ¿Me pregunto por qué? ¿Supones que los traductores deseaban que pensaras que existía alguna división entre estas dos?

¿Quieres vivir la vida maximizada? ¿Quieres serle enteramente útil a Él? Bien, El te dice exactamente como hacerlo. ¿Estás escuchando?
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SACÙDETE Y SUBE


Se cuenta de cierto campesino que tenía una mula ya vieja. En un lamentable descuido, la mula cayó en un pozo que había en la finca. El campesino oyó los bramidos del animal, y corrió para ver lo que ocurría. Le dio pena ver a su fiel servidora en esa condición, pero después de analizar cuidadosamente la situación, creyó que no había modo de salvar al pobre animal, y que más valía sepultarla en el mismo pozo.

El campesino llamó a sus vecinos y les contó lo que estaba ocurriendo y los enlisto para que le ayudaran a enterrar la mula en el pozo para que no continuara sufriendo. Al principio, la mula se puso histérica. Pero a medida que el campesino y sus vecinos continuaban paleando tierra sobre sus lomos, una idea vino a su mente. A la mula se le ocurrió que cada vez que una pala de tierra cayera sobre sus lomos. ¡ELLA DEBÍA SACUDIRSE Y SUBIR SOBRE LA TIERRA!

Esto hizo la mula palazo tras palazo. "¡SACÚDETE Y SUBE. Sacúdete y sube, sacúdete y sube!" repetía la mula para alentarse a sí misma. No importaba cuan dolorosos fueran los golpes de la tierra y las piedras sobre su lomo, o lo tormentoso de la situación, la mula luchó contra el pánico, y continuó SACUDIÉNDOSE Y SUBIENDO. A sus pies se fue elevando de nivel el piso.

Los hombres sorprendidos captaron la estrategia de la mula, y eso los alentó a continuar paleando. Poco a poco se pudo llegar hasta el punto en que la mula cansada y abatida pudo salir de un brinco de las paredes de aquel pozo. La tierra que parecía que la enterraría, se convirtió en su bendición, todo por la manera en la que ella enfrentó la adversidad.

¡ASÍ ES LA VIDA! Si enfrentamos nuestros problemas y respondemos positivamente, y rehusamos dar lugar al pánico, a la amargura, y las lamentaciones de nuestra baja autoestima, las adversidades, que vienen a nuestra vida a tratar de enterrarnos, nos darán el potencial para poder salir beneficiados y bendecidos.

Romanos 5:3-4 Y no sólo esto, sino que también nos gloriamos en la tribulaciones, sabiendo que la tribulación produce paciencia; y la paciencia, prueba; y la prueba, esperanza.
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lunes, abril 27, 2009

Soy un evangèlico Catòlico Pentecostal



Juan Stam, Costa Rica

Cuando mi esposa Doris y yo llegamos a Basilea en 1961, conocimos un grupo de españoles, mayormente de la iglesia reformada, que habían comenzado un estudio bíblico y estaban orando que Dios les enviara un pastor de habla española. Respondimos entusiasmados, pero había un pequeño problema. El consistorio de la iglesia reformada, con toda razón, quería saber de qué iglesia era yo. Mi respuesta fue, "soy pastor de la Asociación de Iglesias Bíblicas Costarricenses", conocida como la "AIBC". Todavía veo la confusión en el rostro del pastor reformado, y siento la mía a tratar de aclararle qué era mi afiliación eclesiástica. Una semana después el pastor me buscó de nuevo y me dijo que el consistorio no lograba entender eso de la AIBC y que por favor se lo volviera a aclarar. Afortunadamente, todo se resolvió y tuvimos una experiencia pastoral inolvidable.

En esta vida humana, es importante tener una identidad, y una identidad que otros puedan reconocer. Da mucha seguridad poder decir, "Yo soy presbiteriano" o "soy pentecostal" o alguna otra afiliación respetada. Es un poco inquietante llevar una identidad no reconocida. Pero también nuestra identidad nos puede limitar. Por ejemplo, "soy presbiteriano y gracias a Dios no soy bautista" o "soy un anglicano respetable y decoroso y no como esos pentecostales escandalosos" (o "soy pentecostal y no como esos anglicanos fríos y espiritualmente muertos"). La iglesia es una sola, y no debo ser lo que soy contra lo que son otros, sino junto con ellos y ellas en la gran comunidad de fe.

(1) Yo soy evangélico y lo soy con toda la convicción de mi ser. Para mí, esa palabra está escrita sobre mi corazón y mente en letras de oro. "No me avergüenzo del evangelio, porque es poder de Dios..." Pero no lo soy en el sentido de los "conservative evangelicals" de los Estados Unidos, ni exactamente en el uso latinoamericano como simple equivalente virtual de "protestante". Soy evangélico porque me ha alcanzado la gracia de Dios y esa gracia es el fundamento firme de mi existencia. Bien nos decía Karl Barth que al fin y al cabo, toda la fe evangélica se reduce a dos palabras: Gracia como clave a la teología y Gratitud como base y motivación de la ética. En las palabras conmovedoras de la Confesión de Heidelberg, las tres cosas que necesito saber son cuán grande es mi pecado, cuán grande es la gracia de Dios y cuán grande debe ser mi gratitud. (Como evangélico que soy, esas viejas confesiones no dejan de conmoverme con profunda emoción).
Para mí, teología evangélica significa dos cosas fundamentales: Teología de la gracia de Dios y Teología de la Palabra de Dios. Ser evangélico significa una relación especial con la Palabra de Dios, tanto como Palabra encarnado en Cristo, Palabra inspirada en las escrituras (testimonio a la Palabra encarnada) y Palabra proclamada en la predicación y el testimonio. Ser evangélico significa para mí un gran amor y una pasión por las escrituras, por supuesto sin pretender tener monopolio de la fidelidad bíblica. Siempre he insistido en que todo trabajo teológico tiene que estar bien fundamentado en exégesis cuidadosa del texto bíblico, explícita o implícitamente, o no es un buen trabajo teológico. Por eso me impresiona mucho la afirmación de Barth en el prólogo al primer tomo de su Dogmática de la Iglesia, que no podía seguir fundamentando su teología en la existencia, como había hecho, sino sólo en la Palabra de Dios.

(2) Pero sorpresa, ¡Por ser evangélico, no dejo de ser católico! La palabra "católico" se deriva de la combinación de dos palabras griegas, "kata" (según) y "holos" (el todo) para dar el sentido de "según el todo; universal". Los padres de la iglesia hablaban de la iglesia universal como hê ekklêsia katolikê y las "epístolas generales" como "epístolas católicas". Otro término parecido es oikoumenê, y su adjetivo correspondiente, oikoumenikos, que se refieren a la totalidad del mundo habitado. Así de nuevo, la iglesia universal, en todo el orbe, es por su naturaleza "la iglesia ecuménica". No reconocerlo sería desconocer la unidad de la iglesia en el cuerpo de Cristo.
En la tradición cristiana, tanto católica como reformado, la iglesia se identificaba por ciertas "notas" clásicas, como "la iglesia una, santa, apostólica y católica". ¡Por supuesto! Como evangélico, creo lo mismo, interpretado en sentido bíblico. Cristo tiene un solo Cuerpo y una sola Esposa; la iglesia es una. La iglesia es "sin mancha ni arruga" en Cristo y está llamada por Dios; es santa. La iglesia está fundada sobre los apóstoles como testigos designados por Cristo (Hech 1; 1 Cor 15) y está llamada a ser fiel a ese testimonio; de esa manera, la iglesia es también apostólica. (La iglesia es apostólica cuando es bíblica, no cuando pretende tener apóstoles hoy). Y la iglesia de Cristo es una sola en todo el mundo habitado, o sea, es también católica y ecuménica. Mi corazón evangélico y pentecostal puede gritar "¡Amen!"

El problema no es con el adjetivo "católica" sino con otro que se añade, que es "romana". Ese es un adjetivo geográfico muy específico y limitante, y podría interpretarse como opuesto a "católico" como universal e inclusivo. De hecho, en amplios sectores de la iglesia católico-romana ha habido, desde inicios del siglo veinte, importantes movimientos hacia un catolicismo más bíblico, evangélico y ecuménico, ¡y por ende más católico! Tengo entre los libros de mi biblioteca uno que se titula, "Hacia una iglesia católica más evangélica". Y recuerdo un sacerdote católico que participó en un encuentro en Europa, que confesó a nuestro grupo, "Pido a Dios cada día que mi iglesia sea menos romana y más evangélica".

Creo que las iglesias evangélicas también tenemos mucho que aprender en cuanto a un amplio y generoso espíritu católico. Lo contrario de "católico" es "sectario" y no hay que analizar mucho para descubrir que algunas iglesias evangélicas son sectarias (aun cuando no sean "sectas" doctrinalmente). La catolicidad de la iglesia ecuménica significa empatía y solidaridad no sólo con todo lo cristiano sino con todo lo humano. Un poeta latino dijo, “Homo sum, nihil humanum a me alienum puto” ("Soy hombre; no considero ajeno nada humano") Y mucho más, si somos cristianos. Por eso un padre de la iglesia (San Ireneo, si recuerdo bien) profundizó la expresión: "Christianus sum, nihil humanum mihi alienum est".

Esto tiene mucho significado para la misión de la iglesia. Primero, porque la iglesia está llamada a hacernos más humanos, más sensibles, menos cerrados y prejuiciados. Segundo, porque esa identificación con la otra persona es el secreto de una evangelización auténtica. Kenneth Strachan, poco antes de su muerte, escribió un valioso libro, "El llamado ineludible", en que señala que la base de nuestra evangelización debe ser la común humanidad que compartimos con todos y todas. Cuando es así, la evangelización hará más humanos tanto a los evangelizados como a los que evangelizan.

(3) También soy pentecostal. No concibo cómo puede haber cristianos que no sea pentecostales, si toda la iglesia nació en el día de Pentecostés y nació profética. Me parece una lamentable desviación semántica que el título de "pentecostal" se limita, muy estrechamente, a sólo un sector de la iglesia cristiana. Bíblicamente entendida, son pentecostales quienes (1) aceptan con gozo los dones del Espíritu Santo (Hechos 2:1-13), predican expositivamente la Palabra de Dios (Hch 2:14-41) y practican radicalmente, en una comunidad revolucionaria, las demandas del evangelio (Hch 2:42-47; 4:32-37).
En ese sentido, toda la iglesia está llamada a ser pentecostal.

Gracias a Dios por el movimiento pentecostal contemporáneo y todo el bien que ha traído a la iglesia, liberándola de una mentalidad estática y cerrada. Personalmente, he sido muy edificado y bendecido por mis experiencias con este movimiento. Por supuesto, a veces han cometido errores y han caído en extremos. Creo que enfrentamos hoy una situación parecida a la de San Pablo. Por un lado, ante los tesalonicenses "anti-pentecostales", Pablo los exhorta a no apagar al Espíritu y no menospreciar las profecías, pero a la vez a examinar todo (1 Tes 5:19-21). En cambio, con los corintios, que eran "ultra-pentecostales", Pablo les exhorta a hacer todas las cosas en orden (1 Cor 14:27-31,40). El anti-pentecostalismo es estéril y no debe ser nuestra actitud, pero tampoco los extremismos del ultra-pentecostalismo.

Los dones del Espíritu Santo son diversos, y los reparte como él quiere (1 Cor 12:11). No hay un sólo don que define el pentecostalismo, sino el conjunto de carismas que imparte el Espíritu, que hemos de recibir con gozo y gratitud. Ser pentecostal significa vivir en la desbordante alegría del Señor y en la libertad que da el Espíritu.

Bueno, es por eso que me identifico como un evangélico católico pentecostal... y también menonita, también moravo, también metodista, y quiera Dios, sobre todo cristiano y humano.

De ese libro que me apasìona y escandaliza



Ignacio Simal, España

“¿No ardía nuestro corazón,mientras nos hablaba en el camino..?”
(Luc. 24:32)
Sí, no se equivoca mi lector. Me refiero a la Biblia. Ese Libro, o esa colección de escritos, que nos facilita, de una forma singular, el encuentro personal e intransferible con el Dios que se manifestó en la vida y en los hechos del profeta de Nazaret. Ese Libro que nos ayuda a orar, que pone palabras en nuestra lengua en momentos en los que ellas nos faltan y que nos sirve de paño de lágrimas cuando éstas afloran a través de nuestros ojos me apasiona y me escandaliza al mismo tiempo.

Fue ese Libro -más exactamente el Evangelio según Mateo- el que me decidió por el seguimiento de Jesús. La Biblia, ese texto que reorientó y dio un sentido nuevo a mi existencia. Dicho en pocas palabras, las Escrituras me apasionaron y me siguen apasionando.
Sí, la Biblia, me apasiona. Pero también he de volver a confesar que, al mismo tiempo, me escandaliza. Y en el escándalo que ocasiona a mi espíritu me conduce a su comprensión, a entender su naturaleza y a la madurez como ser humano.
Me escandaliza cuando leo textos como aquel que afirma la dicha de aquel que coja a los niños y niñas babilonios y los estampe contra una roca (Sal. 139:9). O ese otro que desea para los enemigos que sus vidas sean cortas, que sus hijos queden huérfanos, anden mendigando y que no haya nadie que sienta compasión por ellos (Sal. 109). Podría citar muchos textos más, pero es del todo innecesario. Textos como les que acabo de citar, reitero, me escandalizan, me duelen, sí.
Sin embargo, y al mismo tiempo, esos mismos textos nos introducen en la comprensión de la pasta que da cuerpo a la Biblia y a los seres humanos. Una pasta donde se mezcla el rostro mas brutal de la naturaleza humana con las mas altas cotas que podemos alcanzar las personas (somos portadores de la imagen de Dios). Una pasta donde el carácter humano de esas mismas Escrituras se mezcla con el singular encuentro con Dios que esa colección de escritos posibilita a todo aquel que se dedica con avidez a su estudio. A través de textos dulces y amargos nos colocamos ante el Misterio de Dios.

La Biblia ese texto que surge de la pasión de Dios y de las pasiones de la raza humana nos conduce a Jesús de Nazaret y, por ende, a la madurez. Una madurez que asume todos los textos, todas las teologías que de ellos surgen, y que no nos obliga a hacer lecturas interesadas, sesgadas, parciales y disonantes con la totalidad del texto bíblico. Madurez que nos conduce a hablar con Dios, a entender -limitadamente- a Dios y a comprender que Dios no se ha hecho Letra, sino carne, vida, camino y esperanza en el Mesías Jesús.

Hace unas semanas celebrábamos la resurrección de Cristo, y hoy celebramos, como cada día de nuestra vida, que ese mismo Cristo se manifiesta todos los días a través de esa misteriosa combinación de palabra humana y Palabra Divina que son las Escrituras.

Ese Libro, decía, me apasiona y me escandaliza. En este momento, si mi lector me lo permite, me quedo con el apasionamiento por esos textos. Ya que ellos se convierten en el tabernáculo donde Dios se manifiesta y se da a conocer a los seres humanos. Ese Dios merece ser seguido pues nos conduce hacia un horizonte en el que podemos vislumbrar la fraternidad universal, el reino que anuncio Jesús de Nazaret.

Ese Dios que transciende la Letra, y todas las letras, merece ser amado y seguido pues se ha hecho nuestro hermano y amigo en el Mesías Jesús.
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Ignacio Simal es director/presidente de Ateneo Teológico - Lupa Protestante y pastor de la Iglesia Evangélica Betel (Iglesia Evangélica Española)