miércoles, noviembre 25, 2009



Un mensaje de Kevin Jenkins, el recién nombrado Presidente de Visión Mundial Internacional


Hola, mi nombre es Kevin Jenkins y es un honor para mí guiar a una de las agencias humanitarias más importantes del mundo.

Como un voluntario de Visión Mundial durante los pasados 10 años, he llegado a conocer la organización bien y me ha impresionado muchísimo su gente y su impacto.

Por más de 60 años, Visión Mundial ha estado ayudando a abordar la pobreza e injusticia entre las comunidades más pobres del mundo.

Hoy día trabajamos en casi 100 países. Entre nuestros 40.000 miembros tenemos expertos destacados en salud, microfinanzas, agricultura y educación.

No se desconcierte por nuestro tamaño, es una gran fuerza al atacar las causas complejas de la pobreza.

Pero, de hecho, es la profundidad de nuestro trabajo a nivel de las raíces lo que nos permite conocer a las personas, a los problemas y el potencial de las comunidades a las que servimos.

Ya sea en una aldea rural en Mozambique o en un barrio urbano en Bombay, nosotros estamos ahí, respondiendo rápidamente a los desastres naturales; estamos ahí, ayudando a los huérfanos que han perdido a sus padres; estamos ahí, ayudando a las niñas y a los niños para que desarrollen técnicas de vida y un interés en la educación durante toda la vida.

Como un resultado, cada año, traemos una trasformación de vida significativa a millones de las personas más marginadas del mundo: comunidad por comunidad, familia por familia, niño por niño, niña por niña.

Como una organización cristiana, Visión Mundial busca llevar esperanza a las personas más pobres del mundo, sin importar la tradición religiosa. Nuestra ayuda es incondicional. Nosotros no coaccionamos a ninguna persona a creer en lo que nosotros creemos.

Con cada uno(a) de los(las) niños(as) inmunizados(as), cada uno de los micropréstamos hechos y cada uno de los maestros educados, nuestro personal lleva la luz de Cristo, la esperanza por un futuro mejor.

Cada generación es responsable de hacer lo mejor que pueda con los recursos que tiene. Estoy muy emocionado por tantas oportunidades para hacer una diferencia para las personas que casi no son escuchadas en el mundo de hoy— especialmente las niñas y los niños.

Yo le invito a que se nos una. Juntos podemos hacer una diferencia a través de la pasión, el profesionalismo y un compromiso inflexible para ayudar a los hijos y a las hijas de Dios para que logren vida en toda su plenitud.

Esto es nuestra organización Visión Mundial.

EL PODER DE UNA PALALBRA


por Carlos Rey

Uno de los guerreros valientes del pueblo de Israel fue el juez llamado Jefté, de la región de Galaad. Cuenta la historia sagrada que tan pronto como derrotó a sus enemigos los amonitas, conquistando veinte de sus ciudades, Jefté tuvo que lidiar con sus presuntos hermanos de la tribu de Efraín. Éstos, con manifiesta desfachatez y hostilidad, le reclamaron a Jefté:

—¿Por qué fuiste a luchar contra los amonitas sin llamarnos para ir contigo? ¡Ahora prenderemos fuego a tu casa, contigo dentro!

Jefté respondió:

—Mi pueblo y yo estábamos librando una gran contienda con los amonitas y, aunque yo los llamé, ustedes no me libraron de su poder. Cuando vi que ustedes no me ayudarían, arriesgué mi vida, marché contra los amonitas, y el Señor los entregó en mis manos. ¿Por qué, pues, han subido hoy a luchar contra mí?1

Acto seguido, a Jefté le tocó pelear contra los de la tribu de Efraín y vencerlos a ellos también. Después de la derrota, cuando los sobrevivientes de Efraín procuraban cruzar inadvertidos el Jordán, los hombres de Galaad los detenían en los vados del río y los identificaban con sólo decirles que pronunciaran la palabra hebrea shibolet, que significa «corriente de agua». En aquellos tiempos el idioma hebreo presentaba ciertas diferencias dialectales en las diversas regiones de Palestina, y los de Galaad sabían que los de Efraín no pronunciaban las eses como ellos. De ahí que, en lugar de decir shibolet con la hache, pronunciando las consonantes «sh» algo más suave que una che, dijeran «sibolet» sin la hache intermedia, y de ese modo se descubrían. No podían ocultar su verdadera identidad. ¡Esa insignificante diferencia de pronunciación les costó la vida nada menos que a cuarenta y dos mil hombres!

Así como una sola palabra llegó a identificar y a delatar a aquellos hombres en los tiempos bíblicos de los jueces de Israel, y hasta determinó su destino, también una sola palabra nos identifica y nos delata a nosotros en la actualidad, sólo que en vez de determinar nuestro destino, muestra más bien nuestros orígenes. Se trata de la palabra «gracias», que pronunciándola así, con la ce como si fuera una ese sencilla, nos identifica como hispanoamericanos, mientras que si pronunciáramos la ce más cerca de la zeta de modo que sonara «grathias», nos identificaría como españoles de la península ibérica. Pero no es esa diferencia de pronunciación lo que revela nuestros orígenes, sino el modo en que la empleamos. Pues lo que nos caracteriza como personas que sabemos agradecer los favores recibidos es el haber aprendido a dar las gracias de un modo natural y no afectado, espontáneo y no forzado, sincero y no fingido, y regular y no esporádico, como quien lo hace de costumbre y por cultura. ¡Por algo será que a los niños de todas las edades y culturas se les ha enseñado lo importante que es emplear la palabra «gracias» con liberalidad, como evidencia de buenos modales, buenas costumbres y buena educación!
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1 Jue 12:1-3
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