viernes, noviembre 20, 2009

EL Pais donde los niños nacen condenados



Ramón Lobo nos contaba hace unas semanas la historia de Omid, el niño que vende zumos de fruta en las calles de Kabul.

Cada día abre el puesto de la calle Shani Now, en el corazón de Kabul, a las ocho de la mañana y lo cierra pasadas las nueve.

Tiene 12 años, los ojos grandes y unos dientes que se le adelantaron al resto del cuerpo en eso de llegar a hombre. Asegura que acude a la escuela cuando su padre le da el relevo, pero son ya las once de la mañana y eso, al menos hoy, no hay sucedido.

Omid es pobre, como la mayoría de los niños de esta ciudad llena de pequeñas historias de esperanza.

Trabaja seis días por semana. Cierran los viernes, el día santo de los musulmanes. Tiene suerte porque en muchos de los oficios que pueblan la ciudad descansar un día es cosa de ricos, o quizá mejor, de clase media, que los ricos libran dos.

Niños como Omid dan vueltas y vueltas a la pobreza sin hallar una puerta de salida, una escapatoria, y son tantos que al final es el país entero, con sus guerras y tradiciones, lo que da vueltas a un tiovivo.

Los niños como Omid son, paradójicamente, los que lo han conseguido. Afganistán tiene una desmesurada tasa de mortalidad infantil del 25,7% y es hoy en día, según el informe de la ONU, el peor país del mundo para nacer.

Los niños afganos nacen condenados. Uno de cada cuatro, como hemos visto, a muerte. Los supervivientes lo están a la pobreza, la guerra, la ignorancia y a las extremas dificultades del territorio que la intervención internacional no alcanza a aliviar.

El caso de Omid es frecuente. El 38% de los niños afganos trabaja, y uno de cada cuatro no está escolarizado. Un tercio no tiene acceso a servicios sanitarios, lo cual es una preocupación secundaria para una población que en un 70% no tiene asegurada el agua potable.

Aproximadamente la mitad se casará antes de cumplir los 16, en matrimonios forzados que conducen a niveles de abusos sexuales a menores que nos horrorrizarían si los conociéramos. La verdad es que no pueden contabilizarse ni combatirse, porque en el país esto no se reconoce como un problema.

Pero el principal factor de inseguridad es la guerra. No se trata sólo de los niños que mueren por los bombardeos de la OTAN y los ataques de la guerrilla talibán, también se dan abusos en otros niveles. Los talibanes reclutan niños como soldados e incluso los utilizan en atentados suicidas, mediante promesas, chantajes y amenazas a sus familias.

Por su implicación por los talibanes - o por cualquier otro motivo - más de 220 niños han sido detenidos ilegalmente hasta ahora por las fuerzas de seguridad. Tres de ellos acabaron incluso en manos de la coalición internacional en la siniestra prisión de Bagram.

La polio es otro de los principales flagelos, los niños que sobrevivan a ella quedarán marcados de por vida. Los gobiernos afgano y paquistaní anunciaron a bombo y platillo esta semana una ambiciosa campaña de vacunación. Ahora sabemos que no llegará a toda la población de Afganistán porque la ONU ha tenido que retirar a su personal tras los ataques insurgentes.

La escuela tampoco sirve de refugio. Al contrario, es uno de los objetivos más odiados de los talibanes. 317 escuelas afganas fueron atacadas el año pasado, causando 214 muertos y 290 heridos.

Hoy 20 de noviembre conmemoramos la Convención de los Derechos del Niño. Los resultados invitan a un moderado optimismo. Algo se está logrando.

El texto indica que la cifra anual de muertes de menores de cinco años en el mundo ha descendido de 12,5 millones en 1990 a 9 millones en el 2008, pero aún 4 millones de recién nacidos mueren durante su primer mes de vida, y otros 4 millones fallecen antes de cumplir los 5 años por tres causas: diarrea, paludismo o neumonía.

El número de niños no escolarizados descendió de 115 millones en 2002 a 101 millones en 2007. Sin embargo, esos 101 millones de menores no acuden a la escuela primaria, y son más las niñas que los niños.

Relatos como el de Omid nos permiten ponerle rostro a las cifras de la estadística. Imaginemos 100 millones de historias como la suya, las vidas de los niños que todavía no pueden permitirse el lujo de ser niños.