sábado, febrero 28, 2009

Hacer Teòlogia desde las vìctimas




Juan José Tamayo
Jon Sobrino

La Congregación para la Doctrina de la Fe ha emitido una notificación sobre dos libros del teólogo hispano-salvadoreño Jon Sobrino, ‘Jesucristo liberador’ y ‘La fe en Jesucristo. Ensayo sobre las víctimas’, en los que dice haber encontrado «diversas proposiciones erróneas o peligrosas que pueden causar daño a los fieles».

Me gustaría hacer una reflexión serena sobre uno de esos libros, ‘La fe en Jesucristo’, publicada en 1998, que considero una de las obras mayores de la cristología del siglo XX, al lado de ‘Jesucristo’, de Karl Adam, ‘Ser cristiano’, de Hans Küng, ‘Jesús el Cristo’, de Walter Kasper, ‘Jesucristo y la liberación del hombre’, de Leonardo Boff, ‘El hombre de hoy ante Jesús de Nazaret’, de Juan Luis Segundo, ‘Jesús. La historia de un Viviente’, de Edward Schillebeeckx, y ‘Cristología feminista crítica’, de Elisabeth Schüsler Fiorenza, entre otras.

Según el filósofo Karl Jaspers, Jesús de Nazaret es una de las personalidades decisivas en la Historia de la Humanidad junto con Confucio, Buda y Sócrates. Aun habiendo nacido en el seno de la religión judía y siendo el iniciador del cristianismo, trasciende las diferentes tradiciones religiosas que pretenden apropiarse de él y rompe los moldes dogmáticos en que se le ha querido encerrar. Hasta el presente ha conseguido librarse de las sucesivas crisis que desde hace siglos viene sufriendo el cristianismo occidental por mor de la crítica moderna y posmoderna de la religión.

Jesús de Nazaret es objeto de estudio desde las más plurales disciplinas y desde las ópticas más dispares. La obra de Jon Sobrino se sitúa en el ámbito teológico, y más en concreto en la óptica de la teología latinoamericana de la liberación. Su perspectiva es doble: la realidad de la fe y la realidad de las víctimas, ambas estrechamente relacionadas. Sobrino no reduce la fe a una actitud religiosa intimista y recluida en el templo, sino que la amplia a la totalidad de la persona y a la totalidad de la realidad.

La fe no se queda en la respuesta a la pregunta sobre si Jesús es divino o no, o si es humano o no; exige tomar postura a partir de él ante la realidad en sus diferentes dimensiones. En otras palabras, la fe en Jesucristo es más que fe en él; es una fe totalizante, que demanda a los cristianos y cristianas hacerse cargo de la realidad en clave de utopía y transformarla en el horizonte de los valores del reino de Dios. Tiene, por tanto, un componente ético, amén de religioso, ambos inseparables.

Ello quiere decir que el imaginario cristiano es capaz de plantear interrogantes significativos, de ofrecer respuestas que tienen que ver con lo humano y, en esa medida, puede ayudar a buscar alternativas humanizadoras para nuestro mundo tan deshumanizado. Se trata de una concepción global de la fe, inspirada directamente en Rahner e indirectamente en Zubiri, maestro de Ignacio Ellacuría, asesinado junto a otros seis jesuitas y dos mujeres salvadoreñas.

Especial relevancia tiene el lugar desde donde Sobrino hace su reflexión sobre Jesús de Nazaret: las víctimas. Como ya hiciera ver Habermas, no hay conocimiento sin interés. Tampoco conocimiento teológico. Esto lo sabe muy bien el teólogo hispano-salvadoreño, para quien la teología no es un saber socialmente neutro, ni históricamente desmemoriado, ni políticamente apartidario, ni éticamente indiferente, sino que responde a un ‘para qué’ y a un ‘para quién’, se ubica siempre en un determinado lugar y responde a un interés. El interés de la teología de la liberación es decididamente emancipatorio: la liberación de los pobres o, para expresarlo con categorías benjaminianas, la rehabilitación de las víctimas.

Nuestro mundo, afirma Sobrino, es un mundo de víctimas, de personas excluidas, que constituyen una nueva edición, aumentada y refinada, de Auschwitz. Si Auschwitz fue, hace más de sesenta años, la vergüenza de la Humanidad, hoy lo es la exclusión de miles de millones de seres humanos, la muerte de millones de personas indefensas que no tienen ningún tribunal al que recurrir para defender su inocencia y para denunciar a los culpables. Los excluidos constituyen el gran relato de nuestro tiempo. Sin embargo, sobre ellos se tiende un tupido velo de silencio, más aún, de encubrimiento, con la intención de negar su existencia, al tiempo que se generaliza una cultura de la indiferencia.

Sobrino rescata a las víctimas del olvido y de la indiferencia de que son objeto y las sitúa en el centro de su reflexión. Ellas no ofrecen, es verdad, una solución mecánica a la comprensión de los textos del Nuevo Testamento y de las declaraciones doctrinales posteriores sobre Jesús de Nazaret, pero sí plantean preguntas sobre su significado, desenmascaran las intenciones a veces regresivas de sus autores y expresan sospechas sobre sus intérpretes oficiales, que tienden a poner los textos al servicio de la institución eclesiástica, más que al servicio de los desheredados de la Tierra. La perspectiva de las víctimas ayuda a conocer a Jesús en clave de seguimiento de su causa, que es «el reino de Dios para los pobres», y a leer los documentos ‘revelados’ en clave liberadora. Aporta luz y utopía, acogida y perdón, al tiempo que esperanza para el presente de las víctimas, y no sólo para el futuro.

Ésta es la original y comprometida perspectiva que guía la reflexión de Sobrino en sus tres núcleos fundamentales. El primero es la resurrección de Cristo, cuyo centro de atención es el Dios de Jesús que hace justicia a las víctimas poniéndose de su lado. El segundo se refiere a los títulos atribuidos por el Nuevo Testamento a Jesús de Nazaret: mediador, mesías, señor, hijo de Dios, hijo del Hombre, Buena Noticia, etcétera, releídos desde América Latina a la luz de la esperanza de los empobrecidos. El tercero es el de los dogmas cristológicos en su dialéctica humanidad-divinidad, que Sobrino afirma en su totalidad con rigor terminológico, coherencia doctrinal y credibilidad histórica. No hay merma o vaciamiento de la divinidad a favor de la humanidad, como tampoco minusvaloración de ésta a favor de una divinidad desvinculada de la historia. La perspectiva de las víctimas ayuda a descubrir nuevas dimensiones humanizadoras del Dios de Jesús, aporta una concepción global de la salvación y contribuye a replantear el universalismo desde los excluidos, ausentes, a veces, en la teología dogmática católica.
La obra de Sobrino no cae en el mecanismo victimario, que con frecuencia ha caracterizado a la teología cristiana y a las prácticas ascéticas. Las víctimas no son condición necesaria para la reconciliación; constituyen, más bien, un obstáculo. La reconciliación no se logra recurriendo al sacrificio de las víctimas, sino a través de la práctica de la justicia y de la misericordia, en plena sintonía con el mensaje de los profetas de Israel y de Jesús de Nazaret: «Misericordia, no sacrificios». Este planteamiento responde a la concepción del filósofo de la Escuela de Frankfurt Max Horkheimer sobre la teología como «la esperanza de que la injusticia que caracteriza al mundo no pueda permanecer así, y lo injusto no pueda considerarse como la última palabra», y como expresión de un anhelo: «Que el asesino no pueda triunfar sobre la víctima inocente».
El libro de Jon Sobrino merece una lectura desde la solidaridad con las víctimas y no desde la rígida e inmisericorde ortodoxia, como la que ha hecho el Vaticano.
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JUAN JOSÉ TAMAYO ES DIRECTOR DE LA CÁTEDRA DE TEOLOGÍA Y CIENCIAS DE LAS RELIGIONES DE LA UNIVERSIDAD CARLOS III DE MADRID, ESPAÑA.

Hay que salvar la tierra



Por Leonardo Boff

La marca registrada de la Iglesia de la liberación, y de su correspondiente reflexión, consiste en la opción preferencial por los pobres, contra la pobreza y en favor de la vida. En los últimos años empezó a percibirse que la misma lógica que explota a las personas, a otros países y a la naturaleza, explota también a la Tierra como un todo, a causa del consumo y de la acumulación a nivel planetario. De ahí la urgencia de incluir en la opción por los pobres al gran pobre que es la Tierra. Hoy lo más importante no es la opción por el desarrollo -ni aunque fuera sostenible-, ni por los ecosistemas en sí, sino por la Tierra. Ella es la condición previa para cualquier otra realidad. Hay que salvar la Tierra.
El informe del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC) que involucró a 2500 científicos de 130 países, reveló dos datos aterradores. Primero, que el calentamiento planetario es irreversible y que ya estamos dentro de él; la Tierra está buscando un nuevo equilibrio. Segundo, que el calentamiento es un fenómeno natural, pero que se aceleró enormemente después de la revolución industrial debido a las actividades humanas, hasta el punto de que la Tierra ya no consigue autorregularse. Según James Lovelock, en La venganza de Gaia (2007), anualmente se lanzan a la atmósfera cerca de 27 mil millones de toneladas de dióxido de carbono que, condensadas, equivaldrían a una montaña de un kilómetro y medio de altura con una base de 19 kilómetros de extensión. Es la causa del efecto invernadero que, según el Grupo, puede elevar todavía la temperatura planetaria en este siglo entre 1’8 y 6’4 grados centígrados. Con las medidas que tal vez se lleguen a tomar, es posible que el aumento se quede en 3 grados, pero no menos de eso.
Las consecuencias serán incontrolables: los océanos subirán de 18 a 59 cm., inundando ciudades costeras, como Río de Janeiro; habrá una devastación fantástica de la biodiversidad y millones de personas correrán peligro de desaparecer. Jacques Chirac, expresidente de Francia, a la vista de estos datos ha dicho con acierto: "Ha llegado la hora de una revolución en el verdadero sentido de la palabra: una revolución de las conciencias, de la economía y de la acción política”.
Efectivamente, como no podemos detener la marcha del calentamiento, podemos por lo menos desacelerarlo mediante dos estrategias básicas: adaptamos a los cambios -quien no lo haga, correrá el peligro de morir-; disminuir las consecuencias letales, permitiendo la supervivencia para Gaia, para los organismos vivos, y, especialmente, para los humanos. A las tres famosas erres (reducir, reutilizar y reciclar) hay que añadir una cuarta: rearborizar todo el planeta, ya que son las plantas quienes capturan el dióxido de carbono y reducen considerablemente el calentamiento global. Esta cuarta erre es fundamental para la conservación de la Amazonia. Sus selvas húmedas son las grandes reguladoras del clima terrestre. El desafío es cómo combinar el desarrollo con el mantenimiento de la selva en pie. No podemos deforestar al nivel en que lo estábamos haciendo. Pero no somos ni de lejos los campeones de la deforestación, como recientemente ha revelado E.E. Moraes en su libro “Cuando el Amazonas desembocaba en el Pacífico” (2007): África mantiene sólo el 7,8% de su cobertura forestal, Asia el 5,6%, América Central el 9,7%, y Europa, que es la que más nos acusa, apenas el 0,3%. Brasil aún conserva el 69,4% de sus selvas primitivas y el 80% de la selva amazónica. Esto no disculpa nuestros niveles de deforestación ni es motivo de orgullo, es un desafío a nuestra responsabilidad mundial para el bien del clima en todo el Planeta. Vuelta a la casa común: marco para una espiritualidad ecológica. Los datos expuestos nos hacen ver que el momento de la civilización actual presenta distorsiones y anomalías graves, que deben ser diagnosticadas y curadas con urgencia si queremos sobrevivir. Hay quien habla de la crisis señalando en ella un doble aspecto: el estructural y el terminal. Estructural, porque afecta a la totalidad y terminal porque no parece que el sistema disponga ya de mecanismos internos para restañar sus contradicciones y superarlas. La alarma, pues, la tenemos encima: está amenazado el patrimonio común de la vida, crece la pobreza, se degrada el ambiente, progresa el desempleo estructural, nunca hemos tenido tanta riqueza, pero nunca la hemos tenido tan pésimamente distribuída, la sociedad se dualiza en ricos cada vez más ricos y en pobres cada vez más pobres, podemos dañar gravemente la biosfera y destruir las condiciones de vida de los seres humanos. La Tierra es como un corazón. Gravemente lesionado, el resto de los organismos vitales se verán afectados, los climas, las aguas potables, la química de los suelos, los microorganismos, las sociedades humanas.
La sustentabilidad del planeta, tejida por millones de años de trabajo cósmico, puede verse desbaratada. Razones para un cambio de modelo de espiritualidad. Afortunadamente, está surgiendo la conciencia de que nosotros no podemos seguir actuando con la mentalidad que hasta ahora nos ha poseído. Nuestra visión cartesiano-newtoniana de la naturaleza nos ha hecho dualistas, en el sentido de contraponer el hombre a la tierra. Nosotros estaríamos sobre la tierra y contra la tierra, como seres extraños y hostiles, mirándola como un conjunto de recursos y materias primas que se pueden explotar indefinidamente. En este sentido, se nos han venido abajo dos ilusiones, la de creer que la Tierra es inagotable y la de que nuestro Progreso hacia el futuro es ilimitado. Llevamos así 400 años y el modelo ha hecho quiebra.
El objetivo que perseguíamos se ha vuelto contra nosotros: de dominadores hemos pasado a ser dominados. Sencillamente, estamos descubriendo que, por delante, por encima y por debajo de todos los hallazgos y laberintos tecnológicos, se halla nuestra casa perdida, nuestro común hogar olvidado: la Tierra, la Comunidad Humana y Cósmica. Ya no admitimos que la Tierra sea una simple reserva físico-química de materias primas. Es un organismo extremadamente complejo y dinámico. Es la gran Madre que nos nutre y transporta. El destino común exige un cambio de rumbo. Causas, de tipo religioso, de la crisis. Pero, para acertar en este cambio, debemos preguntarnos cómo ha sido posible que hayamos llegado a esta situación de guerra entre el ser humano y la naturaleza. Ha habido unas causas. Y, si no damos con las causas, difícilmente podemos dar con el remedio. Quiero fijarme principalmente en la incidencia que la religión cristiana ha ejercido en esta crisis.
En la tradición cristiana podemos descubrir dos orientaciones: una integradora y otra desintegradora. La primera es la que, partiendo de que Dios es el Creador y el Bienhechor, no puede haber creado algo hostil a la vida y a los sistemas vitales.
La revelación de Dios es positiva y benéfica, profundamente integradora del ser humano con la naturaleza. La segunda es la que le atribuye una buena responsabilidad en todo este proceso de distorsión, al haber propiciado la secularización, la falta de veneración a la Tierra y el resurgir del proyecto de la tecnocracia. Señalo algunos puntos de esta tradición cristiana de carácter antiecológico. a) Patriarcalismo: El patriarcalismo se caracteriza porque ensalza los valores masculinos y hace que ocupen los principales espacios sociales, en tanto que las características femeninas quedan marginadas. Dios mismo es presentado como Padre y Señor absoluto. Se da aquí, indudablemente, un reduccionismo que afecta al equilibrio de los sexos y que condiciona una ruptura de la ecología religiosa con la social. b) Monoteísmo: Existen razones más que suficientes para sustentar el monoteísmo, pero tal como se formuló psicológica y políticamente supuso una lucha incansable contra el politeísmo de cualquier signo, negando en él cualquier momento de verdad. La radicalización del monoteísmo desacralizó el mundo, contraponiéndolo y distinguiéndolo de Dios, separó excesivamente al mundo de Dios, no supo discernir las energías divinas en el universo y especialmente en el ser humano. Políticamente se lo invocó para justificar el autoritarismo y la centralización del poder: un solo Señor en el cielo, un solo Señor en la tierra, un solo jefe religioso, una sola cabeza ordenadora de la familia. Esta visión destruyó el diálogo, la equidad y la comunidad universal que supone el ser todos hijos e hijas de Dios. Se afirmó que únicamente el ser humano ha asumido la representación de Dios en la creación, sólo él es prolongador del acto creador de Dios. Se relegó al olvido a la gran comunidad cósmica, portadora del Misterio y por ello reveladora de la Divinidad. c) Antropocentrismo: El texto bíblico de "Sed fecundos, multiplicaos, llenad la tierra y sometedla; dominad sobre los peces del mar, las aves del cielo" (Gn 1,28) es una invitación a la demografía ilimitada y al dominio de la tierra ilimitado. Otros textos (Gn 9,7; 9,2; Sal 8,6-8...) expresan un claro sentido antiecológico. d) Ideología tribal: Me refiero a la ideología que ha hecho que hebreos, cristianos y musulmanes se considerasen pueblos elegidos de Dios, con lo que no supieron eludir el riesgo de la arrogancia y la lógica de la exclusión. De hecho así ha ocurrido en las guerras de unos contra otros, en el intento de querer imponer las propias convicciones a los demás en nombre de Dios, llegando a vivir en una fraternidad del terror contra toda diversidad del pensamiento (inquisición, fundamentalismos, guerras de religión). La naturaleza caída: La ruptura de la religación universal. La creencia en la naturaleza caída afirma que todo el universo cayó bajo el poder del demonio debido al pecado original introducido por el ser humano. El universo perdió su carácter sagrado y pasó a ser materia corrupta, pecaminosa, decadente. Razón por la cual, la naturaleza y el mundo mismo dejaron de tener aprecio, se produjo un desinterés religioso por cualquier proyecto histórico, se amargó la vida ya que se puso bajo una pesada sospecha todo placer y, lo que es más grave, se retardó la investigación científica. En consecuencia, la Tierra llegó a ser castigada a causa del pecado humano. En opinión de muchos, este binomio pecado/redención sería una de las mayores características del cristianismo. Examinado todo esto, el resultado parece ser que entre el universo y el Creador se producido una ruptura. La tradición judeo-cristiana llama a esta ruptura pecado original o pecado del mundo. Original porque afectaría al fundamento y sentido de su propio ser; y pecado porque sería como una subversión de todas las relaciones en que está inserto el ser humano, una especie de marca negativa en su misma condición humana. Esta doctrina del pecado original intenta explicar la experiencia fundamental de ese enigma que acompaña al ser humano entre lo que es y lo que podría ser, de la disfunción entre los seres humanos y la naturaleza. En nuestro tiempo se da una interpretación sobre ese pecado original, bastante diferente de la tradicional. La caída no sería sino la misma naturaleza in fieri, en su devenir, como sistema abierto, pasando de niveles menos complejos a niveles más complejos. Dios no creó el universo como algo acabado de una vez por todas, sino que desencadenó un proceso abierto hacia formas cada vez más organizadas de vida y de conciencia. La imperfección del proceso cosmogénico y evolutivo no traduce el designio último de Dios, sino un momento de ese inmenso proceso siempre abierto. El paraíso terrenal, dentro de esta interpretación, significaría la promesa de un futuro que aún está por llegar. El destino del universo, más que una realidad primera perdida, está todavía por realizarse. Se pueden entender desde esta perspectiva, las palabras de S. Pablo: "La creación entera gime hasta el momento presente y sufre dolores de parto" (Rom 8,22). La naturaleza no ha alcanzado aún su madurez, no ha llegado a su hogar definitivo. El ser humano participa en ese proceso de maduración, también él gime y gime la creación entera en espera ansiosa de la maduración de los hijos y las hijas de Dios. Sólo entonces, al término, Dios podrá decir: "Y todo era bueno". El ser humano tiene la capacidad de pilotar todo el proceso. Habitado por el fuego del deseo es una máquina de fabricar utopías, captar lo que podría ser y aún no es, organizar su actividad a fin de aproximar el sueño a la realidad. Siempre habrá un abismo entre el sueño y la realidad. Por eso el ser humano siente el deseo de una vida sin fin. Y a la vez se da cuenta de que la vida tiene fin y que él muere efectivamente. Lo que somos y lo que nos gustaría ser. El ser humano puede aceptar su condición de mortalidad o puede rebelarse contra ella. Si la acepta, puede entregarse en manos de Alguien que pueda realizar su vida sin fin. Muere, pero pasa a otro tipo de vida, muere para vivir más y mejor, para resucitar. Si no la acepta, no acepta el designio de Dios, que supone la religación de todas las cosas y el hecho de que, tras pasar por el tiempo y a través de la muerte, regresen a su corazón. No sé si el ser humano, al organizardo todo en función de sí mismo, de su propio interés, sin poder escapar a la muerte, se aparta de la fraternidad y sororidad universales, se siente acongojado y acaso por ese miedo usa de su poder en contra de la naturaleza. Por el contrario, la alianza de paz y confraternidad entre el ser humano, la naturaleza y Dios constituye el horizonte de esperanza imprescindible para cualquier compromiso ecológico eficaz. Una nueva relación sinergética con la tierra. La teología de la liberación se percató de que la lógica que oprimía y saqueaba a la naturaleza era la misma que oprimía al pobre. En este contexto, el ser más amenazado de la creación no son las ballenas, sino los pobres, condenados a morir prematuramente. La teología de la liberación parte de la ecología social para desde ella, desde la justicia social, llegar a una nueva alianza de los humanos con los demás seres. La Tierra también clama bajo la máquina depredadora de nuestro modelo de sociedad y desarrollo. La liberación, para ser operativa, tiene que hacerse desde este marco sociopolítico y cosmológico. Todos deben ser liberados, pues todos estamos bajo un paradigma que nos esclaviza, el del maltrato de la tierra, el del consumismo, el de la negación de la alteridad y del valor intrínseco de cada ser. ¿En qué medida Occidente, con su tecnociencia y cultura, y con su cristianismo, con su bagaje espiritual garantiza un futuro colectivo? El reto está en que los humanos se entiendan como una gran familia terrenal junto con otras especies y redescubra su camino de vuelta a la comunidad de los demás vivientes, la comunidad planetaria y cósmica. Los seres humanos debemos sentimos hijos e hijas del arco iris, mediante relaciones nuevas de benevolencia, compasión, solidaridad cósmica, y profunda veneración por el misterio que cada cual porta y revela. Cada vez entendemos mejor que la ecología se ha convertido en el contexto de todos los problemas: de la educación, del proceso industrial, de la urbanización, del derecho y de la reflexión filosófica y religiosa. A partir de la ecología se está elaborando e imponiendo un nuevo estado de conciencia en la humanidad que se caracteriza por más benevolencia, más compasión, más sensibilidad, más enternecimiento, más solidaridad, más cooperación, más responsabilidad entre los seres humanos hacia la Tierra y hacia la necesidad de su preservación. En esta perspectiva alimentamos una perspectiva optimista. La Tierra puede y debe ser salvada. Y será salvada. Ella ya pasó por más de 15 grandes devastaciones. Y siempre sobrevivió y salvaguardó el principio de vida. Y llegará a superar también el actual impasse, pero bajo una condición: que cambiemos de rumbo y de óptica. De esta nueva óptica surgirá una nueva ética de responsabilidad compartida y de sinergia para con la Tierra. Tratemos de fundamentar este nuestro optimismo. 1- Somos Tierra que piensa, siente y ama. El ser humano, en las diversas culturas y fases históricas, reveló una intuición segura: pertenecemos a la Tierra; somos hijos e hijas de la Tierra; somos Tierra. De ahí que hombre venga de “humus”. Venimos de la Tierra y volveremos a la Tierra. La Tierra no está frente a nosotros como algo distinto de nosotros mismos. Tenemos la Tierra dentro de nosotros. Somos la propia Tierra que en su evolución llegó al estadio de sentimiento, de comprensión, de voluntad, de responsabilidad y de veneración. En una palabra: somos la Tierra en su momento de auto-realización y de auto-consciencia. Inicialmente, pues, no hay distancia entre nosotros y la Tierra. Formamos una misma realidad compleja, diversa y única. Ha sido lo que han testimoniado los diversos astronautas: Humanidad y Tierra forman una única realidad espléndida, reluciente, frágil y llena de vigor. Esta percepción no es ilusoria, es radicalmente verdadera. Dicho en términos de moderna cosmología: estamos formados con las mismas energías, con los mismos elementos físico-químicos dentro de la misma red de relaciones de todo con todo que actúan hace 15 billones de años, desde que el universo, dentro de una inconmensurable inestabilidad (bing bang-inflación y explosión), emergió en la forma que hoy conocemos. Cinco grandes actos estructuran el teatro universal del que somos co-actores: El primero es el cósmico; el segundo es el químico; el tercero es el biológico. El cuarto es lo humano, subcapítulo de la historia de la vida. El principio de complejidad y de auto-creación encuentra en los seres humanos inmensas posibilidades de expansión. La vida humana floreció, cerca de 10 millones de años atrás. Surgió en África. A partir de ahí, se difundió por todos los continentes hasta conquistar los confines más remotos de la Tierra. Lo humano mostró gran flexibilidad; se adaptó a todos los ecosistemas, a los más gélidos de los polos, a los más tórridos de los trópicos, en el suelo, en el sub-suelo, en el aire y fuera de nuestro Planeta, en las naves espaciales y en la Luna. Sometió a las demás especies, menos a la mayoría de los virus y de las bacterias. Es el triunfo peligroso de la especie homo sapiens y demens. El quinto acto, es el planetario; la humanidad que estaba dispersa, está volviendo a la casa común, al planeta Tierra. Se descubre como humanidad, con el mismo origen y el mismo destino de todos los demás seres de la Tierra. Siéntese como la mente consciente de la Tierra, un sujeto colectivo, por encima de las culturas singulares y de los Estados-naciones. A través de los medios de comunicación globales, de interdependencia de todos con todos, está inaugurando una nueva fase de su evolución, la fase planetaria. A partir de ahora, la historia será la historia de la especie homo, de la humanidad unificada e interconectada con todo y con todos. 2. ¿Qué es la dimensión-Tierra en nosotros? ¿Pero qué significa concretamente, más allá de nuestra ancestralidad, nuestra dimensión Tierra? Significa, en primer lugar, que somos parte y parcela de la Tierra. Vivimos de ella. Somos producto de su actividad evolutiva. Tenemos en el cuerpo, en la sangre, en el corazón, en la mente y en el espíritu elementos Tierra. De esta constatación resulta la conciencia de profunda unidad e identificación con la Tierra y con su inmensa diversidad. No podemos caer en la ilusión racionalista y objetivista de que nos situamos ante la Tierra como delante de un objeto extraño. En un segundo momento, podemos pensar la Tierra. Y entonces, sí, nos distanciamos de ella para poder verla mejor. Ese distanciamiento no rompe nuestro cordón umbilical con ella. Por tanto, este segundo momento no invalida el primero. Tener olvidada nuestra unión con la Tierra fue el equívoco del racionalismo en todas sus formas de expresión. El generó la ruptura con la Madre. Dio origen al antropocentrismo, en la ilusión de que, por el hecho de pensar la tierra, podemos colocamos sobre ella para dominarla. Por sentir-nos hijos e hijas de la Tierra, por ser la propia Tierra pensante y amante, la vivimos como Madre. Ella es un principio generativo. Representa a lo Femenino que concibe, gesta y da a luz. Emerge así el arquetipo de la Tierra como Gran Madre, Pacha Mama. De la misma manera que todo genera y entrega la vida, ella también acoge todo y todo lo recoge en su seno. Al morir volvemos a la Madre Tierra. Regresamos a su útero generoso y fecundo. El Feng-Shui, la filosofía ecológica china representa un grandioso sentido de la muerte como unión con Tao y con los ritmos de la naturaleza, de donde todos los seres vienen y a donde todos vuelven. Conservar la naturaleza es condición también para que puedan nacer nuevos seres humanos y hagan su recorrido en el tiempo. Sentir que somos Tierra nos hace tener los pies en el suelo. Nos hace percibir todo de la Tierra, su frío y calor, su fuerza que amenaza tanto como su belleza que encanta. Sentir la lluvia en la piel, la brisa que refresca, el huracán que avasalla. Sentir la respiración que nos entra, los olores que nos embriagan o nos repelen. Sentir la Tierra es captar el espíritu de cada lugar, inserirse en un determinado lugar. Habitando, nos hacemos en cierta manera prisioneros de un lugar, de una geografía, de un tipo de clima, del régimen de lluvias y vientos, de una manera de morar y de trabajar y de hacer historia. Ser Tierra configura nuestro límite. Pero también significa nuestro sitito de contemplación de todo, nuestra plataforma para poder alzar vuelo por encima de este paisaje y de este pedazo de Tierra, rumbo al Todo infinito. Por fin, sentir-se Tierra es percibirse dentro de una compleja humanidad de otros hijos e hijas de la Tierra. La Tierra no tan sólo nos produce a nosotros seres humanos. Produce la miríada de microorganismos que componen el 90 % de toda la red de la vida. Para todos produce las condiciones de subsistencia, de evolución y de alimentación, en el suelo, en el sub-suelo y en el aire. Tierra es sumergirse en el mundo de los hermanos y de las hermanas, todos hijos e hijas de la grande y generosa Madre Tierra, nuestro hogar común. Esta experiencia de que somos Tierra constituyó la experiencia matriz de la humanidad en el Paleolítico. Ella produjo una espiritualidad y una política. Primero una espiritualidad: por todas partes, a comenzar por África, especialmente a partir del Sahara hace algunos millares de años, de 7000-6000 años antes de nuestra era, cuando era todavía una tierra verde, rica y fértil pasando por toda la cuenca del Mediterráneo, por la India y por la China predominaban las divinidades femeninas, la Gran Madre Negra y la Madre-Reina. La espiritualidad era de una profunda unión cósmica y de una conexión orgánica con todos los elementos como expresión del Todo. Al lado de una espiritualidad surgió, en segundo lugar, una política: las instituciones matriarcales. Las mujeres formaban los ejes organizadores de la sociedad y de la cultura. Surgieron sociedades sagradas, penetradas de reverencia, de enternecimiento y de protección a la vida. Hasta hoy arrastramos la memoria de esta experiencia de la Tierra-Madre, en la forma de arquetipos y de una insaciable nostalgia por la integración, inscrita en nuestros propios genes. Los arquetipos continúan irradiando en nuestra vida porque rememoran un pasado histórico real que quiere ser rescatado y obtener todavía vigencia en la vida actual. El ser humano precisa rehacer esta experiencia espiritual de fusión orgánica con la Tierra, a fin de recuperar sus raíces y experimentar su propia identidad radical. Precisa también resucitar la memoria política del feminismo para que la dimensión de “ánima” entre en la elaboración de políticas con más equidad entre los sexos y con mayor capacidad de integración. Esta nueva óptica podrá producir una nueva ética, orientada a la afirmación y el cuidado por todo lo que vive. En el nuevo paradigma emergente la Tierra y los hijos e hijas de la Tierra será la gran centralidad, el nuevo sueño del siglo XXI.

¡QUÈ ES EL ECUMENISMO?



1. Su significado etimológico


El vocablo ecuménico procede del griego oikoumene y significa universal, que se extiende a todo el orbe (Dicc. RAE). En sus orígenes se usó para expresar una realidad geo-humana: el universo del orbe, toda la tierra habitada, o geo-política: el Imperio romano; la primera acepción aparece varias veces en el Nuevo Testamento, por ejemplo, en Hechos de los Apóstoles 11, 28.


El significado universal del término ecuménico es asumido por la Iglesia para designar los primeros concilios que con este carácter se celebran; y también las iniciativas o movimiento que buscan la plena unidad visible de la una e indivisa Iglesia de Cristo.


En consonancia con la acepción original, el uso neotestamentario y el eclesial, el ecumenismo “describe todo lo que tiene que ver con la tarea de toda la Iglesia de aportar el Evangelio a todo el mundo” (C.M.I.); y esta misión universal de evangelización, que el Señor Jesús encomendó a su Iglesia (Mc 16, 15), es inseparable y exige la vivencia del don de la unidad que el mismo Señor le ha comunicado para hacerla creíble (Jn 17,21).


2. El Ecumenismo, una dimensión del ser cristiano


La vivencia y búsqueda de la unidad, por el camino de la conversión y de la cruz redentora para sanar las heridas causadas al Cuerpo de Cristo, es tarea de la Iglesia, de todos los cristianos como lo es la acción evangelizadora. La Iglesia, para ser signo eficaz de reconciliación en y del mundo, constructora de fraternidad, ella misma, los cristianos, debe estar en actitud permanente de conversión y dejarse reconciliar “por Dios en Cristo Jesús”.


Dios, Uno y Trino ha comunicado a su Iglesia, Pueblo de Dios, el don de la unidad suplicado por Cristo al Padre para todos los creyentes. A este “sí” de Dios todos los seguidores de Cristo estamos llamados a responder nuestro “amén” al don de la unidad, su acogida se hace tarea en la construcción y vivencia de la comunión eclesial.


El don de la unidad nunca ha sido retirado a la Iglesia. La oración de Jesús al Padre ha sido eficaz, es fiel a su promesa y su Espíritu sostiene y aviva la unidad de su Cuerpo:


Mostrándoos solícitos por mantener la unidad del Espíritu con el vínculo de la paz. Un solo cuerpo y un solo Espíritu, como también fuisteis llamados con una misma esperanza de vuestra vocación. Un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo. Un solo Dios y Padre de todos, que está sobre todos, que actúa por medio de todos, que habita en todos (Ef 4, 3-6).


Y, sin embargo, históricamente, su Cuerpo ha sido afectado por separaciones y divisiones excluyentes causadas por el pecado de los cristianos. Las más graves han ocurrido en los siglos IV-VI: antiguas Iglesias ortodoxas; en el XI: separación de la Iglesia oriental y occidental; y en el XVI, con las rupturas en la Iglesia occidental: Protestantismo, Reforma, Anglicanismo.


Estas divisiones llegan a nuestros días, constituyen un hecho evidente e incuestionable contrario al deseo expresado por el Señor, y son un escándalo y obstáculo para la evangelización del mundo.


La toma de conciencia de esta contradicción y pecado, a la par que de la voluntad de Jesús para que su Iglesia sea fiel a la unidad recibida, ha propiciado en el siglo veinte considerables avances en el acercamiento, diálogo, aceptación fraterna de los cristianos, reconciliación de iglesias que ansían confluir en la “una e indivisa Iglesia de Cristo”.


3. El ecuménico, un movimiento, una actitud y estilo de vida, una praxis


El Ecumenismo surge por iniciativa del mismo Espíritu Santo, primero entre diversas Iglesias cristianas y más tarde en la Iglesia católica, como camino de diálogo para superar las divisiones en cumplimiento de la voluntad divina para gozar del don de la unidad, de la Koinonía o Comunión de la única Iglesia de Cristo.


Podemos considerarlo como:


Un movimiento, en cuanto que integra “las actividades e iniciativas que, según las variadas necesidades de la Iglesia y las características de la época, se suscitan y ordenan a favorecer la unidad de los cristianos” (U.R. 4, párr. 2);


Una actitud fundamental de la vida cristiana que brota de nuestra unión con Cristo y es inseparable de la unión con todos los miembros de su Cuerpo; un estilo de vida, una espiritualidad de comunión, cuyo referente inmediato y último es la vida de Jesús y su Mensaje, que comprende crecer en la comunión con Dios en Cristo y la tarea de buscar la plenitud de la unidad visible de su Iglesia por la oración y el diálogo fraterno;


Una praxis, o acciones programadas en el ámbito institucional y en las bases eclesiales (ecumenismo popular) que fomentan la reconciliación y la unidad de los cristianos y de las iglesias en la única e indivisa Iglesia de Cristo.


4. Dimensiones del Ecumenismo


4.1. Institucional:


Cuando es promovido y realizado por representantes oficiales de las Iglesias. Así, por ejemplo, el Consejo Ecuménico de las Iglesias, el Consejo Pontificio para la promoción de la unión de los cristianos; otros, de carácter regional como las Asambleas Europeas Ecuménicas promovidas por la Conferencia de Iglesias Europeas, protestantes y ortodoxas (KEK) y el Consejo de las Conferencias Episcopales de Europa (CCEE) de la Iglesia católica; de un país, como el Consejo de Iglesias Cristianas de Alemania, del que es miembro la Iglesia católica; también, las Comisiones u Organismos ecuménicos creados por las Iglesias. Se ejerce, principalmente, en tres ámbitos:
Doctrinal: diálogo sobre la verdad teológica y problemas doctrinales, realizado por interlocutores nombrados por las Iglesias, que tiene lugar en una plataforma permanente o en reuniones o congresos ocasionales;


Espiritual:


Especialmente, la Semana de oración por la Unidad de los cristianos, que desde 1967 se prepara por un Comité mixto nombrado por Fe y Constitución del Consejo Ecuménico de las Iglesias y el Consejo Pontificio para la Promoción de la Unidad de los Cristianos; en España, el material para su celebración lo edita y distribuye el Comité Cristiano Interconfesional; otras Celebraciones de la Palabra, de carácter confesional o interconfesional; celebraciones litúrgicas, como en los Matrimonios mixtos.


Pastoral: Colaboración interconfesional en programas de Evangelización, de estudio y publicaciones bíblicas, de Teología y elaboración de textos comunes; en materias de Turismo, de Pastoral hospitalaria y de las cárceles, defensa de los derechos fundamentales de las personas; de testimonio y acción común ante problemas o necesidades mundiales; el uso conjunto de templos.


4.2. Ecumenismo oficioso:


Es desarrollado por asociaciones como la Asociación Ecuménica Internacional (International Ecumenical Fellowship=IEF), fundada en Suiza el año 1968, cuya finalidad principal es promover la dimensión espiritual del Ecumenismo (en julio de 1987 celebró su XXII Congreso en Santiago de Compostela); el Comité Cristiano Interconfesional de España, creado en 1968 por miembros de las Iglesias Ortodoxas, Católica, Reforma Episcopal Española, Evangélica Española, Anglicana, Luterana, Bautista, Pentecostal y Adventista.


4.3. Ecumenismo de Base:


Se denomina así cuando la tarea a favor de la unidad –o movimiento ecuménico– es asumida por los cristianos a título personal. Puede comprender los mismos ámbitos que el institucional y practicarse de modo singular, o por comunidades –parroquias, conventos-monasterios, otras comunidades eclesiales–, en Grupos de animación ecuménica, Plataformas permanentes de encuentros ecuménicos, Asociaciones y Centros ecuménicos.


La historia del movimiento ecuménico contemporáneo ofrece experiencias ecuménicas muy variadas del ecumenismo de base, que comunicaron e irradiaron la inquietud por la búsqueda de la unidad de la Iglesia; han asumido como prioridad pastoral trabajar por el acercamiento y diálogo con los hermanos cristianos de diversas denominaciones, la práctica del ecumenismo espiritual o de oración, la cooperación intereclesial de los cristianos en actividades sociales y políticas como la defensa y promoción de los derechos y dignidad de las personas y pueblos, la justicia, la paz, el ecologismo.

Bien Aventuranzas para otro mundo posible.

-Dichosos ustedes cuando compartan lo que tienen, así serán una comunidad de vida.

-Dichosas ustedes cuando puedan disfrutar del fruto de su trabajo, así serán una comunidad honesta

-Dichosos ustedes cuando puedan convivir en pie de igualdad, así serán una comunidad de Justicia

-Dichosas ustedes cuando dejen de aferrarse a las posesiones, así serán una
comunidad libre.

-Dichosos ustedes cuando sientan como propio el dolor de los demás, así
serán una comunidad de misericordia.

-Dichosas ustedes cuando sepan educar a sus hijos e hijas en los valores del
reino de Dios, así serán una comunidad de esperanza.

-Dichosos ustedes cuando sustituyan la ley por el amor, así serán una
comunidad de gracia.

¡Cuàl es la voz profetica?




por Juan Stam


Una iglesia que no encuentra su voz profética, sobre todo en momentos de crisis histórica, es simplemente una iglesia infiel.

Si la predicación es palabra viva de Dios, lo cuál es la sustancia de la profecía, entonces la predicación debe entenderse como palabra profética. Jesús mismo, el Verbo encarnado, vino con un marcado carácter profético (Mt 16.14), y las Escrituras poseen un carácter marcadamente profético, desde el profeta Moisés hasta los profetas hebreos, por lo que la predicación de Cristo y de las Escrituras también debe ser profética.

Se puede afirmar que en la Biblia los primeros predicadores, y no sólo maestros de la ley, fueron los profetas en Israel. Aunque hoy tengamos sus profecías en forma escrita, originalmente ellos pronunciaron sus apasionados y perturbadores discursos en plaza pública. Y hoy, si nuestra predicación es palabra de Dios, como hemos afirmado, entonces toda predicación debe poseer algo de carácter profético. Eso es la falta más común y más seria en la mayor parte de la predicación; de hecho, a menudo la predicación en muchas iglesias es anti-profética y alienante. Tal predicación es infiel a la vocación con que Dios nos ha llamado.

La palabra «profecía» es uno de los términos bíblicos que peor se entienden. Por lo general se le entiende como esencialmente predicción del futuro, como revelación sobrenatural de información secreta, o como una palabra divinamente autorizada que nadie debe cuestionar. ¡Todo equivocado! El vaticinio de eventos futuros constituye una mínima parte del mensaje profético. El profeta no recibía su llamado para predecir, ni dejaba de serlo si no predecía. En segundo lugar, el Antiguo Testamento prohíbe y condena la adivinación, a lo que corresponde un gran porcentaje de supuestas «palabras proféticas» hoy. Y lejos de otorgarles a los profetas una autoridad incuestionable, casi divina, Pablo dos veces exhorta a los fieles a examinar las profecías con discernimiento crítico (1Ts 5.21; 1Co 14.29).

Un aspecto del significado del día de Pentecostés, pocas veces reconocido, es que aquel día marcó para siempre la naturaleza carismática y profética de toda la Iglesia, sin distingo de sexo, etnia, edad o condición social (Hch 2.17–18). Eso significa un llamado profético especialmente para los y las líderes de la iglesia y una responsabilidad ante Dios y la historia de no traicionar esa vocación. Una iglesia que no encuentra su voz profética, sobre todo en momentos de crisis histórica, es simplemente una iglesia infiel.

La palabra viva de Dios exige obediencia en medio del pueblo y de la historia. Una predicación que semana tras semana no conlleva exigencia profética, y no tiene cómo obedecerse en todas las esferas de la vida, de seguro no es Palabra de Dios. Se dedica a ofrecer un menú variado de productos de consumo religioso pero no nos llama a tomar la cruz y seguir al Crucificado en discipulado radical (Mt 16.24).

Nuestros tiempos nos han traído, junto con infinidad de voces anti-proféticas, otras voces que valientemente proclamaron las buenas nuevas del Reino de Dios y su justicia, del Shalom de Dios y del gran Jubileo con su programa profético de igualdad. Los tres más destacados —Dietrich Bonhoeffer, Martin Luther King y Oscar Arnulfo Romero— sellaron su testimonio con su sangre. Dios nos los envió, en el más auténtico linaje de los grandes profetas de los tiempos bíblicos.

Que Dios nos ayude a aprender de ellos y seguir su ejemplo.
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Tomado de «Fundamentos de la predicación» de juanstam.com, ©2007.

Las religiones pierden terreno ante la ciencia ficciòn



En un polémico pero, interesante artículo en Christianity Today, el escritor James Herrick (autor del libro Mitologías científicas: Cómo la Ciencia y la Ciencia Ficción Forjan Nuevas Creencias Religiosas) afirma que las religiones están perdiendo terreno ante la ciencia ficción.


una interesante diatriba, que recomendamos leer completa más allá de tus creencias, el escritor James Herrick debate la idea de cómo la ciencia ficción se ha convertido en una nueva religión y lo que deberían hacer los cristianos para defender el Mito de Dios por sobre los Mitos de la ciencia (predicados por la ciencia ficción). "El Mito de Dios es mito no porque sea ficción", dice Herrick al comienzo de su artículo, "sino porque es una historia que nos brinda un significado esencial. Vivimos en una era en que los nuevos mitos, nacidos principalmente por imaginaciones avivadas por la ciencia, son construidos y propagados a un ritmo sin precedentes." Según Herrick, las historias de ciencia ficción nos dejan intrigados, pero no sorprendidos "porque las historias de extraterrestres avanzados, antiguos contactos humano-extraterrestre, inteligencias superiores que deambulan por el universo y super razas que emergen ya han crecido dentro nuestro, volviéndose familiares por la exposición repetida. (…) Nosotros ya vemos al espacio y al futuro como fuente de esperanzas."El autor del libro Scientific Mythologies: How Science and Science Fiction Forge New Religious Beliefs (Mitologías científicas: Cómo la Ciencia y la Ciencia Ficción Forjan Nuevas Creencias Religiosas) cree que una de las principales razones de que esto suceda es el rol pasivo que han adoptado las religiones frente a una fuerza avasalladora a la que le han restado importancia por mucho tiempo. "Todos estamos muy conscientes del venenoso asalto público a la Cristiandad y de los retos científicos que ateístas militantes como Richard Dawkins y Christopher Hitchens ponen en nuestra fe. Sin embargo, debajo de nuestras narices circulan fascinantes nuevos mitos, provenientes de creadores de películas taquilleras y libros que figuran en la lista de best-sellers." Entre los creadores de mitos a los que Herrick se refiere se encuentran Chris Carter (X-Files), Larry y Andy Wachowski (The Matrix), Ray Kurzweil (por su teoría de la Singularidad), Carl Sagan (autor de Contact), Sir Arthur C. Clarke (por todas sus increíbles obras, pero especialmente por 2001: A Space Odyssey), etc.James incluso recoge algunos casos que demuestran su propuesta. En una entrevista hecha en 1999, George Lucas afirma haber puesto la Fuerza en su saga de Star Wars para "tratar de despertar un sentimiento espiritual agradable en los jóvenes, una creencia en Dios más que en cualquier sistema religioso en particular." Y sí, muchos quieren ser Jedis, como quedó probado al fundarse la Iglesia Jedi tiempo atrás (en el año 2000, 390.000 británicos confesaron responder "Jedi", cuando se les preguntó sobre su religión).Herrick va más allá al citar el ejemplo de Ron Hubbard, el nefasto personaje que creó un sistema de creencias (la Cienciología) a partir de sus mediocres escritos de ciencia ficción. Y aunque las creencias cienciológicas son disparatadas incluso para un fanático de la ciencia ficción, lo cierto es que la secta hoy cuenta con millones de adeptos alrededor del mundo. "Tal vez Kurzweil estaba en lo correcto cuando dijo que el amanecer de una era tecno-espiritual iba a requerir una nueva religión.", afirma el autor.Su preocupación, por supuesto, no es desinteresada y su artículo debe ser leído a partir de sus creencias. Pero, incluso así, Herrick reconoce y entiende el poder de la ciencia ficción como proveedor de sosiego y significado espiritual.

"Propulsados en la conciencia pública post-cristiana por poderosas maquinarias de marketing masivo y mediático, los mitos tecno-espirituales no atraen la atención de millones solamente por tener historias apasionantes y efectos especiales increíbles.", afirma. "También provee a los buscadores espirituales respuestas a las eternas preguntas acerca de nuestra naturaleza y lugar en el cosmos, a nuestro predicamento y redención y sobre nuestro futuro." Herrick incluso remarca que, al no ser una doctrina, ni una ideologia,los que se sienten atraidos hacia
"la espiritualidad de la ciencia ficción" pueden formar su sistema de creencias personales, tomando un poco de aquí, otro de allá y otro de más acá, según sus intereses y conveniencias.

"Los buscadores, entonces, obtienen sus respuestas y un prueba de trascendencia sin la responsabilidad moral o el alto costo interpersonal del compromiso con la iglesia. Pero también obtienen pruebas significantes y razonables por sus creencias, un objeto digno de culto, una auténtica comunidad espiritual y, lo más importante, un mensaje de redención y significado esencial." Y cualquiera que haya visto el excelente documental Trekkies debería ver que Herrick no está demasiado alejado de la verdad.

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Fuente: Neoteo.com

frases Evangèlicas




-Pruebe con Jesús y si no le gusta, vuélvase al diablo.
-Cada santo tiene un pasado... cada pecador, un futuro.
-Rezar es un ejercicio espiritual. ¿Está usted en forma?
-Si Dios quisiera que pudiésemos hablar más que escuchar, tendríamos dos bocas y un oído.
-No espere a que seis hombres fuertes le lleven a la iglesia.
-Sé tu mismo, el resto está ya inventado.
-La vida es cambio, crecer es opcional.
-Mejoras del hogar: lleve a su familia a la iglesia.
-Sé tan buena persona como crees que eres.
-Juntémonos los domingos en mi casa antes del partido. Dios.
-Ahora incluso Darwin es creyente.
-Los diez mandamientos no son optativos.
-Dios, mantén tu brazo en mi hombro y tu mano sobre mi boca.
-Nunca ponga un interrogante donde Dios ha puesto un punto.
-El conejo de pascua no se levantó de entre los muertos.
-Usted está en la lista de los más buscados del cielo.
-Eternidad: fumadores o no fumadores.
-Planee con anticipación; no llovía cuando Noè construyò el arca.
-¿No puede dormir? ¿Contando ovejas? Hable con un pastor.
-Nadie entra en el cielo sin reserva.
-La cruz: nuestra verdadera estatua de la libertad.
-Tráguese su orgullo; no tiene calorías.
-Una coincidencia es cuando Dios permanece anónimo.
-Elegir el camino más fácil es lo que hace que se tuerzan los ríos, los hombres y las iglesias.
-Para un corazón saludable, ejercite su fe.
-¿Buscando un socorrista? El nuestro camina sobre el agua.
-Sea donante de órganos: entregue su corazón a Dios.
-Estar casi salvado es estar totalmente perdido.
-Agradece los traspiés, pueden prevenir caídas.
-La mejor forma de tener la última palabra es disculparse.
-Una mente estrecha usualmente viene acompañada por una amplia boca.

ECUMENISMO: PORQUÈ, PARA QUÈ




"Por muchas razones todos amamos la paz y deseamos la concordia.Valoramos mucho la unidad de los cristianos, pero entre nosotros existen diversasopiniones sobre cómo alcanzar este gran don y qué medios utilizar para llevar a buen término esta sagrada tarea.En esto estamos divididos".



Las palabras que introducen nuestro tema fueron pronunciadas por el cardenal Bessarión en el discurso dogmático sobre la unidad de la Iglesia durante el concilio de Florencia [1439], en el que se logró una pasajera unión entre la Iglesia católica y la ortodoxa. Después de más de quinientos años estas palabras continúan teniendo tristísima realidad. ¿Cómo conseguir la unidad entre los cristianos todavía divididos e incluso enfrentados?El 30 de mayo de 1995 fue presentada en el Vaticano y también en Madrid la duodécima encíclica del fallecido Papa Juan Pablo II, que lleva por título "Ut unum sint" ("Que sean uno"). Es la primera vez que una encíclica aborda el tan importante como insoslayable tema del ecumenismo. Con su estilo peculiar el Papa habla de las condiciones y el método a seguir para acelerar el proceso de acercamiento en el que se hallan comprometidas las iglesias, que se preocupan del problema de su desunión.En su escrito, el Papa reitera el compromiso adquirido por la Iglesia católica en el concilio Vaticano II, de promover el movimiento ecuménico, tendente a la consecución de la unidad: "El ecumenismo, el movimiento a favor de la unidad de los cristianos, no es sólo un mero 'apéndice' que se añade a la actividad tradicional de la Iglesia. Al contrario, pertenece orgánicamente a su vida y a su acción y debe, en consecuencia, inspirarlas y ser como el fruto de un árbol que, sano y lozano, crece hasta alcanzar su pleno desarrollo".

ECUMENISMO: ¿UNO O MÚLTIPLE?

En realidad no hay más que un solo ecumenismo. El ecumenismo apoyándose en la base doctrinal común a todos los cristianos, trata de acortar distancias entre las iglesias para llegar a la unidad de las mismas. En cuanto método o sistema para alcanzar su objetivo, es común a todas las iglesias que se hallan empeñadas en esta causa.Cuando los padres conciliares empezaron a estudiar el esquema preparatorio sobre el decreto de ecumenismo, se les presentó esta formulación: “Principios del ecumenismo católico”.Alguien, precisamente el entonces arzobispo de Zaragoza y luego de Madrid, Casimiro Morcillo, les hizo reparar en lo incorrecto de tal formulación. No debía de hablarse de ecumenismo católico, como si éste estuviera contrapuesto al ecumenismo protestante u ortodoxo. El ecumenismo no puede ser más que uno. La formulación más exacta sería decir:
“Principios católicos del ecumenismo”.Al cambiar el emplazamiento del adjetivo católico, para referirlo a los principios en que se basa la acción ecuménica y no al ecumenismo, en cuanto metodología, se dio un paso importante en el camino de la reconciliación. Es cierto que los principios doctrinales de la Iglesia católica son distintos de los de las otras iglesias. Si fueran los mismos ya no habría necesidad de la labor ecuménica, porque ya se habría verificado la unión.Pero, si bien los principios doctrinales todavía son divergentes, el método que deben utilizar todos los ecumenistas, para acabar con las diferencias, debe ser el mismo. El ecumenismo es como una baraja, la misma para todos, y que han de utilizar cuantos se hallan empeñados en el tan difícil como santo juego de la reconstrucción de la unidad. Las mismas cartas para todos, si se quiere que ese maravilloso juego sea realmente leal.

VARIEDAD DE ECUMENISMOS

Si bien el ecumenismo es uno sólo y el mismo para cuantos están implicados en él, los caminos por los que discurre, las tareas en que se realiza, y las situaciones de las personas que lo promueven es múltiple y variada. Por eso se suele hablar de distintos ecumenismos. Como diría el cardenal Congar:

"El ecumenismo es como un órgano con cuatro teclados y con muchos registros. El ecumenismo va todo él dirigido hacia el futuro, hacia el Reino, pero mantiene su referencia a la Escritura y a la tradición, a la vez que revisa nuestras antiguas querellas tomadas desde sus raíces. Se centra en la unidad de la Iglesia y en la unidad de la humanidad. Es teológico y práctico, doctrinal y secular, espiritual y sociopolítico. No debe restringirse su ambición...No cabe pensar en el ecumenismo sin tener en cuenta la tensión entre lo personal y lo institucional. La historia enseña, sin embargo, que la primacía recae al principio sobre el individuo, sobre los pioneros del ecumenismo, hombres carismáticos que con una visión profética emprendieron la andadura ecuménica antes de que éste tomara formas propias de lo 'institucional'".

1. Ecumenismo doctrinal

La separación de las iglesias se produjo, principalmente, por motivos teológicos y cuestiones doctrinales, presentes todavía entre las diferentes iglesias. Para intentar salvar esas diferencias se han suscitado innumerables coloquios, encuentros y diálogos a diferentes niveles, que pretenden dar verdaderos pasos hacia la unidad cristiana en plenitud. Es innegable que existen otras dimensiones ecuménicas no estrictamente doctrinales y que, sin resolverse, difícilmente se hace creíble una eventual unidad cristiana.Pero es del todo incuestionable que el diálogo doctrinal está hoy en el núcleo del movimiento ecuménico, por ello las comisiones mixtas de teólogos, representantes de las diversas iglesias en el diálogo doctrinal, constituyen la mejor prueba de que las comunidades cristianas están seriamente comprometidas en el movimiento ecuménico.Pero es del todo incuestionable que el diálogo doctrinal está hoy en el núcleo del movimiento ecuménico, por ello las comisiones mixtas de teólogos, representantes de las diversas Iglesias en el diálogo doctrinal, constituyen la mejor prueba de que las comunidades cristianas están seriamente comprometidas en el movimiento ecuménico.Son muchos los documentos resultantes de múltiples diálogos bilaterales (entre dos Iglesias) o multilaterales (entre tres o más tradiciones eclesiales). En su elaboración, que lleva normalmente años de trabajo, participan teólogos y pastores de las iglesias implicadas en el diálogo. Son resultado de un amplio movimiento que mira hacia el futuro, no pretenden decir la última palabra, ni seguramente han alcanzado la mejor de las posibles.Teniendo en cuenta que en la composición de los equipos mixtos participan delegados oficiales y teólogos de diferentes nacionalidades y de diversas tradiciones teológicas, los trabajos tienen unas características especiales, entre las que hay que destacar su provisionalidad, porque de un documento teológico interconfesional no puede exigirse la precisión y exactitud termino lógica que cabe esperar de un documento confesional; todo texto, por imparcial que se confiese, comporta una cierta ambigüedad, la cual va desapareciendo a medida que las interpretaciones y lecturas de unos y otros, criticándose mutuamente y dentro de la provisionalidad, van convergiendo en textos posteriores que enmiendan lagunas; cada documento es jalón necesario para la siguiente etapa que conduce a la meta final.Si el texto está firmado por teólogos, pastores o sacerdotes de grupos ecuménico s privados, sin oficialidad eclesial alguna, su autoridad depende del grado de solidaridad y verdad que mantengan con la fe de su propia Iglesia. En ningún caso el texto o declaración en cuestión implica a las Iglesias como tales, ya que son grupos no oficiales, pero con frecuencia su peso moral es una importante contribución a la tarea teológica interconfesional.Si el texto está firmado por los miembros de los equipos mixtos o comisiones oficiales, pero todavía no ha recibido el respaldo de las jerarquías eclesiásticas, no goza de valor oficial y por tanto sus conclusiones permanecen bajo la sola responsabilidad de sus autores. De ahí que no sea considerado todavía como "declaración de Iglesia" y no autorice el cambio de la disciplina o normas vigentes. El hecho de que sea publicado significa que puede ayudar y enriquecer la reflexión teológica y el cambio de mentalidad del pueblo fiel.Los interlocutores del diálogo intereclesial son, como se ha dicho, múltiples y es interesante destacar que desde el concilio Vaticano II, la experiencia de la Iglesia católica, es inédita en la historia. Ningún concilio tras las viejas divisiones de oriente y occidente, a excepción del concilio de Ferrara-Florencia [1438-1442], había considerado a las otras iglesias y a sus miembros sino bajo la perspectiva del anatema. Los padres del Vaticano II se plantearon por primera vez en la historia, la posibilidad de referirse a ellos fuera de todo contexto polémico. El diálogo venía a sustituir a la polémica. Y en el nuevo contexto, el diálogo doctrinal ocupa un puesto de honor.
2. Ecumenismo institucional
Es el promovido, impulsado y realizado por las iglesias, y dentro de esas instituciones hay que destacar al Consejo Ecuménico de las Iglesias, sin equivalente alguno en la historia del cristianismo. No es una Iglesia, no es una superIglesia, ni es la Iglesia del futuro. No es tampoco un "concilio universal" en el sentido católico u ortodoxo del término, ni siquiera podría equipararse a un "sínodo", según la terminología de muchas iglesias reformadas.Es sin embargo, la expresión más completa de los anhelos de unidad cristiana que existe hoy entre las iglesias, pero no abarca todo el movimiento ecuménico ni ha tenido nunca la pretensión de atribuirse la totalidad de la tarea ecuménica. Desde el momento en que está compuesto por más de 334 iglesias de todas las tradiciones eclesiales y de casi todos los paises del mundo y mantiene relaciones fraternales con muchas Iglesias que no forman parte de él, como es el caso de la Iglesia católica, debe afirmarse que constituye hoy la realización más importante, mejor organizada y más representativa de la decidida voluntad del cristianismo dividido por expresar visiblemente la unidad que quiso Cristo para su Iglesia.El CEI no puede tomar decisiones en nombre de las Iglesias representadas, ni tiene autoridad impositiva sobre ellas. La teología del CEI no se funda sobre una concepción particular de la Iglesia, ni es el instrumento de una de ellas en particular. Es más, la adhesión de una Iglesia a este organismo no implica que considere desde ese momento su concepción de Iglesia como relativa. Pero desde perspectivas positivas se afirma que las Iglesias miembros del CEI se apoyan en el Nuevo Testamento para declarar que la Iglesia de Cristo es una, reconocen en las otras iglesias al menos elementos de la verdadera Iglesia que les obliga a reconocer su solidaridad, a prestarse ayuda mutua y asistencia en caso de necesidad y a abstenerse de todo acto incompatible con el mantenimiento de relaciones fraternales.La pertenencia de una Iglesia al CEI depende de la aceptación de su base doctrinal, que propiamente no es una confesión de fe. Cada Iglesia tiene su propia confesión de fe, a la que no renuncia por su entrada en el organismo ecuménico. Es evidente que al CEI no pueden pertenecer organizaciones seculares, partidos políticos o sociedades religiosas no cristianas.Solamente pueden ser miembros las iglesias que, considerándose cristianas, pueden en conciencia suscribir la base doctrinal. La base que actualmente está vigente aprobada en la asamblea de Nueva Delhi [1961] es: "El CEI es una asociación fraternal de iglesias que creen en Nuestro Señor Jesucristo como Dios y Salvador según las Escrituras y se esfuerzan por responder conjuntamemnte a su vocación común para gloria de sólo Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo".Al CEI pertenecen las Iglesias de la comunión anglicana, la mayoría de las iglesias ortodoxas, y muchas de las Iglesias protestantes de tradición luterana y calvinista.Gran parte de las iglesias de tradición libre, llamadas a veces "evangélicas", como las bautistas, algún sínodo luterano y grandes sectores pentecostales no pertenecen al CEI, porque han creído ver en él un peligro para su propia autonomía. En realidad las Iglesias que rechazan al CEI son doctrinalmente muy conservadoras, opuestas al diálogo y reagrupadas en el Consejo Internacional de las iglesias cristianas [1948] o en la Federación Evangélica Mundial [1963], organismos claramente antiecuménicos.El CEI mantiene además relaciones con las grandes familias cristianas reunidas en alianzas, federaciones o conversiones mundiales. Incluso dentro de los edificios del CEI en Ginebra se hallan ubicadas las sedes de la Alianza Reformada Mundial y de la Federación Luterana Mundial y alberga también a la Conferencia de Iglesias Europeas (KEK) y a las representaciones de los patriarcados de Constantinopla y Moscú.Las relaciones entre el CEI y la Iglesia católica han sido siempre cordiales. En cambio el tema de la incorporación de Roma al CEI como Iglesia miembro ha suscitado algunos debates nunca suficientemente esclarecidos por los partidarios de su entrada.Desde la Asamblea de Nueva Delhi [1961] están presentes observadores católicos en cada una de sus asambleas generales. En el año 1965 se crea una Comisión mixta de teólogos católicos y del CEI que vienen trabajando en temas doctrinales y a partir de la Asamblea general de Upsala [1968] teólogos católicos participan de pleno derecho en los trabajos de la comisión "Fe y Constitución"."El aprecio vaticano por el CEI ha quedado reflejado en las dos visitas papales realizadas a la sede de Ginebra por Pablo VI, [junio 1969] y Juan Pablo II, [junio I984]. Pero el tema de la entrada de la Iglesia católica como miembro del CEI es bien distinto al de las relaciones cordiales de ambos. La posición oficial está por la no entrada, pero sin considerar el tema cerrado" [J. Bosch].La incorporación de la Iglesia católica al movimiento ecuménico es tardía, si tomamos como referencia la mayoría de las Iglesias protestantes y anglicanas, ya que desde 1910 diversas iglesias venían trabajando por la unidad de los cristianos.El Papa Juan XXIII crea el 5 de junio de 1960, el Secretariado Romano para la Unidad de los Cristianos, como organismo preparatorio del Concilio Vaticano 11 y su estructura definitiva le vendrá dada por la constitución apostólica de Pablo VI, Regimini Ecclesiae Universae, el 15 de agosto de 1967.Las competencias del Secretariado, según el documento citado son varias: mantener informado al Papa de los asuntos de su competencia, fomentar la relación con los hermanos de otras comunidades, ofrecer una exacta interpretación y aplicación de los principios católicos del ecumenismo, fomentar y coordinar grupos de teólogos católicos, nacionales e internacionales que promuevan desde su área la unidad cristiana, establecer conversaciones sobre los problemas y actividades ecuménicas con otras iglesias, designar observadores católicos para las reuniones con esas iglesias e invitar a sus observadores a las reuniones católicas, ejecutar los textos conciliares en lo referente al ecumenismo.A partir de la constitución apostólica Pastor Bonus de Juan Pablo II sobre la reforma de la curia romana [1-3-1989], el Secretariado cambió de nombre por el de Consejo Pontificio para la promoción de la Unidad, algo que parece ser más que un simple cambio de nombre.Su labor ha sido inmensa, solamente el trabajo llevado a cabo para la elaboración del decreto conciliar Unitatis Redintegratio, bastaría para dar un juicio altamente positivo. Después del concilio Vaticano II, ha fomentado encuentros oficiales con otras iglesias y familias de iglesias en orden a constituir comisiones mixtas de diálogo; ha creado con el Consejo Ecuménico de las Iglesias una comisión mixta de trabajo y asegura, desde hace años, la preparación conjunta de materiales para la celebración de la Semana de Oración por la Unidad. Con la Alianza Bíblica Mundial ha ofrecido normas para la traducción ecuménica de los textos bíblicos y es muy notable el trabajo que lleva con respecto al judaísmo en materia religiosa.Los interlocutores de la Iglesia católica en el diálogo teológico oficial pertenecen a casi todas las tradiciones del cristianismo: Iglesias ortodoxas, Iglesias antiguas orientales, Comunidad Anglicana, Federación Luterana Mundial, Alianza Reformada Mundial; Alianza Bautista Mundial, Discípulos de Cristo, Iglesia Metodista, y con grupos pentecostales.
3. Ecumenismo social
El ecumenismo secular o social, hay que considerarlo como una de las etapas del movimiento ecuménico: en primer lugar estaría la era de los pioneros, aquella que se inicia con la Alianza Evangélica [1846] y con la FederaciónMundial de Estudiantes Cristianos a finales del siglo XIX. Viene después, la etapa eclesiástica; es el momento en que las Iglesias como tales toman la iniciativa. Se trata de una tendencia dentro del movimiento ecuménico a primar las actividades referentes al campo social, 10 cual constituyó la finalidad de una de las ramas del Consejo Ecuménico de las Iglesias ya en los momentos primeros de su nacimiento, a la que se llamó "Vida y Acción".La convicción de que el deber esencial del cristianismo de hoy es también apuntar a la unión de la humanidad, y no solamente de las Iglesias, impulsa este tipo de ecumenismo, por 10 que valora más la acción universal de reconciliación con el mundo, que la tarea repetitiva y sin claro fruto de una unión exclusivamente intereclesiástica.Ésta es la definición que da de esta tendencia del ecumenismo el P. Congar: "La experiencia positiva hecha por los cristianos comprometidos efectivamente con otros en las actividades de la liberación humana y que hacen, de este compromiso, una nueva y evangélica experiencia de su fe. El lugar de la vivencia evangélica ya no es la Iglesia en tanto que sociedad sacral puesta aparte, sino la realidad humana o secular de la que sabemos que tiene referencia al reino de Dios..." [Congar, Essais oecumeniques,
4. Ecumenismo espiritual
EL concilio Vaticano II, en el número 8 del decreto sobre el ecumenismo, dice que el ecumenismo espiritual está compuesto de dos elementos: conversión del corazón y reforma de vida junto con la oración por la unidad. "Esta conversión del corazón y santidad de vida, juntamente con las oraciones privadas y públicas por la unidad de los cristianos, han de considerarse como el alma de todo el movimiento ecuménico y con razón pueden llamarse ecumenismo espiritual" [UR, 8].Todos los verdaderos ecumenistas están convencidos de que se necesita un milagro para llegar a la unidad de los cristianos. Las dificultades que ésta encuentra, desde el punto de vista humano son insuperables. Los milagros solamente Dios los realiza, pero sabemos que tenemos acceso a Dios mediante la oración.Cuando a lo largo de un diálogo teológico interconfesional, en el que se han hecho indecibles esfuerzos por acercar las posiciones de cada uno, los interlocutores llegan a un callejón sin salida, es fácil que el desaliento y la desilusión se apoderen de los interlocutores, que los dialogantes sean presa del desengaño y de la desesperanza y que se sientan tentados de regresar a sus propias posiciones desandando el camino que ya habían recorrido. Cuando siguiendo los postulados de las exigencias de la fidelidad a su propia fe, cada uno de los interlocutores crea que no puede dar nuevos pasos en el terreno de las concesiones por impedírselo la lealtad que debe a su propia Iglesia y crea haber topado con un muro infranqueable, no debe volver la vista atrás dando lugar al desmayo. Es entonces cuando más necesita caminar por los senderos de la oración, ya que ésta sobrevuela las dificultades y remonta las montañas. La oración es el apoyo sobrenatural y la ayuda divina para nuestras debilidades.En la tarea ecuménica, como en cualquier otra empresa apostólica, cabe señalar dos tiempos. Uno es el del propio esfuerzo, la parte que le corresponde al hombre en la realización de las empresas de Dios: diálogo teológico, estudio de las dificultades, colaboración a todos los niveles, etc., en una línea de mera complementariedad, para dar paso al otro, que es el verdaderamente definitivo e insustituible, la acción de Dios, que debemos impetrar insistentemente mediante la oración.El problema ecuménico no sólo no puede orillar y prescindir de la oración, sino que tiene que situarla en el corazón mismo de su actuar a favor de la unidad.La unidad no debe plantearse como problema sino como misterio. Esta es la expresión favorita del P. Couturier. Misterio en el cual solamente podemos entrar de rodillas, según la afirmación de otro pionero del ecumenismo, el P. Villain.La vida está llena de misterios, que van desvelando progresivamente los avances de la ciencia. El mundo de lo religioso está poblado de misterios, que nutren y alimentan la fe y que no pueden ser desvelados más que por la revelación, como el misterio trinitario, el misterio cristológico, el misterio eucarístico. También el de la unidad eclesial es un misterio. Misterio ya en el momento de las rupturas. ¿Cómo puede entenderse que personas rectamente intencionadas, al menos algunas, hayan provocado las separaciones en la Iglesia? ¿Cómo puede explicarse que esas separaciones continúen a través de los siglos, apoyadas y sostenidas por los hombres que adoran y veneran al mismo Cristo? ¿Qué explicación puede darse al hecho de que, habiendo realizado el ecumenismo tantos esfuerzos a lo largo de su andadura, los frutos de los mismos sean tan menguados?Cuando dialogo con un hermano de otra confesión, cuando oro con el mismo o trabajo a su lado, muchas veces me siento invadido por el misterio que se manifiesta a través de este interrogante: ¿por qué estamos tan lejos hallándonos tan cerca? ¿Por qué estando tan cerca continuamos alejados? La autenticidad de fe que hay en mí la supongo también en él. El nivel de su convicción religiosa es también el mío. La sinceridad de entrega al Señor la compartimos por igual.En el amor a la Iglesia y a Cristo podemos estar empatados. Hambreamos juntamente la unidad de la Iglesia y competimos en el esfuerzo por conseguir su logro. Si esto es así, como en realidad lo es, ¿por qué continuamos desunidos? No hallo respuesta a esta pregunta. Ante ella no hago pie. La luz se me apaga. Me invade la oscuridad y me hundo en el misterio. Verdaderamente el de la unidad es un misterio de la Iglesia.La oración es fundamental para la búsqueda de la unidad de los cristianos. En la oración aprendemos a despojamos de nuestros deseos, a liberamos de las cosas a las que nos apegamos para nuestra seguridad y nos abrimos a Dios.

Julián GARCÍA HERNANDO