lunes, abril 27, 2009

Soy un evangèlico Catòlico Pentecostal



Juan Stam, Costa Rica

Cuando mi esposa Doris y yo llegamos a Basilea en 1961, conocimos un grupo de españoles, mayormente de la iglesia reformada, que habían comenzado un estudio bíblico y estaban orando que Dios les enviara un pastor de habla española. Respondimos entusiasmados, pero había un pequeño problema. El consistorio de la iglesia reformada, con toda razón, quería saber de qué iglesia era yo. Mi respuesta fue, "soy pastor de la Asociación de Iglesias Bíblicas Costarricenses", conocida como la "AIBC". Todavía veo la confusión en el rostro del pastor reformado, y siento la mía a tratar de aclararle qué era mi afiliación eclesiástica. Una semana después el pastor me buscó de nuevo y me dijo que el consistorio no lograba entender eso de la AIBC y que por favor se lo volviera a aclarar. Afortunadamente, todo se resolvió y tuvimos una experiencia pastoral inolvidable.

En esta vida humana, es importante tener una identidad, y una identidad que otros puedan reconocer. Da mucha seguridad poder decir, "Yo soy presbiteriano" o "soy pentecostal" o alguna otra afiliación respetada. Es un poco inquietante llevar una identidad no reconocida. Pero también nuestra identidad nos puede limitar. Por ejemplo, "soy presbiteriano y gracias a Dios no soy bautista" o "soy un anglicano respetable y decoroso y no como esos pentecostales escandalosos" (o "soy pentecostal y no como esos anglicanos fríos y espiritualmente muertos"). La iglesia es una sola, y no debo ser lo que soy contra lo que son otros, sino junto con ellos y ellas en la gran comunidad de fe.

(1) Yo soy evangélico y lo soy con toda la convicción de mi ser. Para mí, esa palabra está escrita sobre mi corazón y mente en letras de oro. "No me avergüenzo del evangelio, porque es poder de Dios..." Pero no lo soy en el sentido de los "conservative evangelicals" de los Estados Unidos, ni exactamente en el uso latinoamericano como simple equivalente virtual de "protestante". Soy evangélico porque me ha alcanzado la gracia de Dios y esa gracia es el fundamento firme de mi existencia. Bien nos decía Karl Barth que al fin y al cabo, toda la fe evangélica se reduce a dos palabras: Gracia como clave a la teología y Gratitud como base y motivación de la ética. En las palabras conmovedoras de la Confesión de Heidelberg, las tres cosas que necesito saber son cuán grande es mi pecado, cuán grande es la gracia de Dios y cuán grande debe ser mi gratitud. (Como evangélico que soy, esas viejas confesiones no dejan de conmoverme con profunda emoción).
Para mí, teología evangélica significa dos cosas fundamentales: Teología de la gracia de Dios y Teología de la Palabra de Dios. Ser evangélico significa una relación especial con la Palabra de Dios, tanto como Palabra encarnado en Cristo, Palabra inspirada en las escrituras (testimonio a la Palabra encarnada) y Palabra proclamada en la predicación y el testimonio. Ser evangélico significa para mí un gran amor y una pasión por las escrituras, por supuesto sin pretender tener monopolio de la fidelidad bíblica. Siempre he insistido en que todo trabajo teológico tiene que estar bien fundamentado en exégesis cuidadosa del texto bíblico, explícita o implícitamente, o no es un buen trabajo teológico. Por eso me impresiona mucho la afirmación de Barth en el prólogo al primer tomo de su Dogmática de la Iglesia, que no podía seguir fundamentando su teología en la existencia, como había hecho, sino sólo en la Palabra de Dios.

(2) Pero sorpresa, ¡Por ser evangélico, no dejo de ser católico! La palabra "católico" se deriva de la combinación de dos palabras griegas, "kata" (según) y "holos" (el todo) para dar el sentido de "según el todo; universal". Los padres de la iglesia hablaban de la iglesia universal como hê ekklêsia katolikê y las "epístolas generales" como "epístolas católicas". Otro término parecido es oikoumenê, y su adjetivo correspondiente, oikoumenikos, que se refieren a la totalidad del mundo habitado. Así de nuevo, la iglesia universal, en todo el orbe, es por su naturaleza "la iglesia ecuménica". No reconocerlo sería desconocer la unidad de la iglesia en el cuerpo de Cristo.
En la tradición cristiana, tanto católica como reformado, la iglesia se identificaba por ciertas "notas" clásicas, como "la iglesia una, santa, apostólica y católica". ¡Por supuesto! Como evangélico, creo lo mismo, interpretado en sentido bíblico. Cristo tiene un solo Cuerpo y una sola Esposa; la iglesia es una. La iglesia es "sin mancha ni arruga" en Cristo y está llamada por Dios; es santa. La iglesia está fundada sobre los apóstoles como testigos designados por Cristo (Hech 1; 1 Cor 15) y está llamada a ser fiel a ese testimonio; de esa manera, la iglesia es también apostólica. (La iglesia es apostólica cuando es bíblica, no cuando pretende tener apóstoles hoy). Y la iglesia de Cristo es una sola en todo el mundo habitado, o sea, es también católica y ecuménica. Mi corazón evangélico y pentecostal puede gritar "¡Amen!"

El problema no es con el adjetivo "católica" sino con otro que se añade, que es "romana". Ese es un adjetivo geográfico muy específico y limitante, y podría interpretarse como opuesto a "católico" como universal e inclusivo. De hecho, en amplios sectores de la iglesia católico-romana ha habido, desde inicios del siglo veinte, importantes movimientos hacia un catolicismo más bíblico, evangélico y ecuménico, ¡y por ende más católico! Tengo entre los libros de mi biblioteca uno que se titula, "Hacia una iglesia católica más evangélica". Y recuerdo un sacerdote católico que participó en un encuentro en Europa, que confesó a nuestro grupo, "Pido a Dios cada día que mi iglesia sea menos romana y más evangélica".

Creo que las iglesias evangélicas también tenemos mucho que aprender en cuanto a un amplio y generoso espíritu católico. Lo contrario de "católico" es "sectario" y no hay que analizar mucho para descubrir que algunas iglesias evangélicas son sectarias (aun cuando no sean "sectas" doctrinalmente). La catolicidad de la iglesia ecuménica significa empatía y solidaridad no sólo con todo lo cristiano sino con todo lo humano. Un poeta latino dijo, “Homo sum, nihil humanum a me alienum puto” ("Soy hombre; no considero ajeno nada humano") Y mucho más, si somos cristianos. Por eso un padre de la iglesia (San Ireneo, si recuerdo bien) profundizó la expresión: "Christianus sum, nihil humanum mihi alienum est".

Esto tiene mucho significado para la misión de la iglesia. Primero, porque la iglesia está llamada a hacernos más humanos, más sensibles, menos cerrados y prejuiciados. Segundo, porque esa identificación con la otra persona es el secreto de una evangelización auténtica. Kenneth Strachan, poco antes de su muerte, escribió un valioso libro, "El llamado ineludible", en que señala que la base de nuestra evangelización debe ser la común humanidad que compartimos con todos y todas. Cuando es así, la evangelización hará más humanos tanto a los evangelizados como a los que evangelizan.

(3) También soy pentecostal. No concibo cómo puede haber cristianos que no sea pentecostales, si toda la iglesia nació en el día de Pentecostés y nació profética. Me parece una lamentable desviación semántica que el título de "pentecostal" se limita, muy estrechamente, a sólo un sector de la iglesia cristiana. Bíblicamente entendida, son pentecostales quienes (1) aceptan con gozo los dones del Espíritu Santo (Hechos 2:1-13), predican expositivamente la Palabra de Dios (Hch 2:14-41) y practican radicalmente, en una comunidad revolucionaria, las demandas del evangelio (Hch 2:42-47; 4:32-37).
En ese sentido, toda la iglesia está llamada a ser pentecostal.

Gracias a Dios por el movimiento pentecostal contemporáneo y todo el bien que ha traído a la iglesia, liberándola de una mentalidad estática y cerrada. Personalmente, he sido muy edificado y bendecido por mis experiencias con este movimiento. Por supuesto, a veces han cometido errores y han caído en extremos. Creo que enfrentamos hoy una situación parecida a la de San Pablo. Por un lado, ante los tesalonicenses "anti-pentecostales", Pablo los exhorta a no apagar al Espíritu y no menospreciar las profecías, pero a la vez a examinar todo (1 Tes 5:19-21). En cambio, con los corintios, que eran "ultra-pentecostales", Pablo les exhorta a hacer todas las cosas en orden (1 Cor 14:27-31,40). El anti-pentecostalismo es estéril y no debe ser nuestra actitud, pero tampoco los extremismos del ultra-pentecostalismo.

Los dones del Espíritu Santo son diversos, y los reparte como él quiere (1 Cor 12:11). No hay un sólo don que define el pentecostalismo, sino el conjunto de carismas que imparte el Espíritu, que hemos de recibir con gozo y gratitud. Ser pentecostal significa vivir en la desbordante alegría del Señor y en la libertad que da el Espíritu.

Bueno, es por eso que me identifico como un evangélico católico pentecostal... y también menonita, también moravo, también metodista, y quiera Dios, sobre todo cristiano y humano.

De ese libro que me apasìona y escandaliza



Ignacio Simal, España

“¿No ardía nuestro corazón,mientras nos hablaba en el camino..?”
(Luc. 24:32)
Sí, no se equivoca mi lector. Me refiero a la Biblia. Ese Libro, o esa colección de escritos, que nos facilita, de una forma singular, el encuentro personal e intransferible con el Dios que se manifestó en la vida y en los hechos del profeta de Nazaret. Ese Libro que nos ayuda a orar, que pone palabras en nuestra lengua en momentos en los que ellas nos faltan y que nos sirve de paño de lágrimas cuando éstas afloran a través de nuestros ojos me apasiona y me escandaliza al mismo tiempo.

Fue ese Libro -más exactamente el Evangelio según Mateo- el que me decidió por el seguimiento de Jesús. La Biblia, ese texto que reorientó y dio un sentido nuevo a mi existencia. Dicho en pocas palabras, las Escrituras me apasionaron y me siguen apasionando.
Sí, la Biblia, me apasiona. Pero también he de volver a confesar que, al mismo tiempo, me escandaliza. Y en el escándalo que ocasiona a mi espíritu me conduce a su comprensión, a entender su naturaleza y a la madurez como ser humano.
Me escandaliza cuando leo textos como aquel que afirma la dicha de aquel que coja a los niños y niñas babilonios y los estampe contra una roca (Sal. 139:9). O ese otro que desea para los enemigos que sus vidas sean cortas, que sus hijos queden huérfanos, anden mendigando y que no haya nadie que sienta compasión por ellos (Sal. 109). Podría citar muchos textos más, pero es del todo innecesario. Textos como les que acabo de citar, reitero, me escandalizan, me duelen, sí.
Sin embargo, y al mismo tiempo, esos mismos textos nos introducen en la comprensión de la pasta que da cuerpo a la Biblia y a los seres humanos. Una pasta donde se mezcla el rostro mas brutal de la naturaleza humana con las mas altas cotas que podemos alcanzar las personas (somos portadores de la imagen de Dios). Una pasta donde el carácter humano de esas mismas Escrituras se mezcla con el singular encuentro con Dios que esa colección de escritos posibilita a todo aquel que se dedica con avidez a su estudio. A través de textos dulces y amargos nos colocamos ante el Misterio de Dios.

La Biblia ese texto que surge de la pasión de Dios y de las pasiones de la raza humana nos conduce a Jesús de Nazaret y, por ende, a la madurez. Una madurez que asume todos los textos, todas las teologías que de ellos surgen, y que no nos obliga a hacer lecturas interesadas, sesgadas, parciales y disonantes con la totalidad del texto bíblico. Madurez que nos conduce a hablar con Dios, a entender -limitadamente- a Dios y a comprender que Dios no se ha hecho Letra, sino carne, vida, camino y esperanza en el Mesías Jesús.

Hace unas semanas celebrábamos la resurrección de Cristo, y hoy celebramos, como cada día de nuestra vida, que ese mismo Cristo se manifiesta todos los días a través de esa misteriosa combinación de palabra humana y Palabra Divina que son las Escrituras.

Ese Libro, decía, me apasiona y me escandaliza. En este momento, si mi lector me lo permite, me quedo con el apasionamiento por esos textos. Ya que ellos se convierten en el tabernáculo donde Dios se manifiesta y se da a conocer a los seres humanos. Ese Dios merece ser seguido pues nos conduce hacia un horizonte en el que podemos vislumbrar la fraternidad universal, el reino que anuncio Jesús de Nazaret.

Ese Dios que transciende la Letra, y todas las letras, merece ser amado y seguido pues se ha hecho nuestro hermano y amigo en el Mesías Jesús.
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Ignacio Simal es director/presidente de Ateneo Teológico - Lupa Protestante y pastor de la Iglesia Evangélica Betel (Iglesia Evangélica Española)

TIRAR LOS ODRES VIEJOS


tampoco se echa vino nuevo en odres viejos. De hacerlo así, sereventarán los odres, se derramará el vino y los odres se arruinarán. Másbien, el vino nuevo se echa en odres nuevos, y así ambos se conservan”.Mateo 9:17

Alguna vez la piel de los animales se curó para hacer contenedores para vino. Las pieles se adaptan fácilmente y son flexibles para trabajar con ellas. Pero con el tiempo se hacen duras y pierden su capacidad de expandirse. Jesús les advirtió que el nuevo vino no se debería desperdiciar en los odres viejos. De manera similar, si nuestra mente se fosiliza no sepuede abrir a las ideas frescas de Dios. Nuestras situaciones no necesariamente cambian a menos que estemos preparados para cambiar nuestramanera de pensar.

En Isaías 43:18-19 nos acuerda de no “recordar cosas de antaño”, porque Dios está haciendo cosas sorprendentemente nuevas con nosotros. Si queremos que Dios agrande la percepción de nuestras organizaciones, entonces necesitamos crear espacio para que eso suceda. No debemos permanecer en la mediocridad.Aunque nuestras ambiciones puedan ser demasiado grandes, es solamente paraque podamos crecer dentro de ellas.

De la misma manera que Mark Twain dijo alguna vez, necesitamos “Navegar lejos del puerto seguro. Atrapar el viento”.

Necesitamos estar a la altura y permitir a Dios que nos llene con el “vino nuevo”, pero solamente ¡después de que hayamos tirado los viejos odres!
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Fuente: The Word for Today [La Palabra del Día], UCB, PO Box 255,Stoke-on-Trent, ST4 8YY, Inglaterra