lunes, diciembre 29, 2008

Jesùs de Nazaret o el precio de la disidencia



Ignacio Simal, España

"Si eres un disidente, normalmente te ignoran.Si no pueden ignorarte, y no pueden responderte,te desacreditan." (Noam Chomsky).
Tenía razón Chomsky cuando escribía que si eres un disidente y no pueden ignorarte, ni responderte, te desacreditan. El caso de Jesús de Nazaret es paradigmático de lo que el respetado lingüista estadounidense afirma en su “Chomsky: Obra Esencial”.
A Jesús nadie le podía ignorar (Mt. 4:24), ni nadie le podía responder (Mc.. 12:13-17; 34.).... y el pueblo le seguía (Mc. 12:37). Su disidencia de una teología y praxis religiosa pervertida era meridianamente clara, sus palabras no dejaban ningún resquicio que pudiera provocar malos entendidos (Mt. 23 es un buen ejemplo de ello). De ahí que los que ostentaban el poder religioso de su tiempo pasaran directamente a desacreditarlo delante del pueblo y de sus seguidores y seguidoras.
Según el Evangelio de Marcos, los escribas procedentes de Jerusalén -centro del poder religioso- le desacreditaron afirmando “que tenía a Beelzebú, y que por el príncipe de los demonios echaba fuera demonios” (Mc. 3:22). Anteriormente “los suyos” pensaban de él que “estaba fuera de sí” ((Mc. 3:21).
En otra ocasión, según el Evangelio de Juan, le vuelven a desacreditar intimando que él es un hijo nacido de fornicación (Jn. 8:41). Le acusan públicamente de blasfemo (Mt. 26:65), de ser un rebelde frente al poder del Imperio (Jn. 19:12-16), y finalmente le muestran en público en un estado lamentable, resultado de las torturas a las que había sido sometido. Y el pueblo, que otrora le había seguido, clama a una voz contra el Nazareno: ¡Sea cruficado! ¡Sea crucificado! ¡Su sangre sea sobre nosotros, y sobre nuestros hijos! (Mt 27:22-25). Todo acabó con una crucifixión pública donde las chanzas y el descrédito continuaron (Lc.23). El objetivo había sido alcanzado... Jesús, por fin, desacreditado y muerto, y el pueblo manipulado por el vértice de las estructuras, religiosas en este caso, de poder (Mt. 27:20)
Y eso es lo que sucede con los que disiden, los sospechosos y sospechosas de no ser incondicionales con las estructuras de poder con las que muchas de nuestras instituciones sociales y religiosas se dotan. Ellos, ellas, disienten -por ejemplo- de la lógica de los “Caifas” de este mundo (sean éstos de izquierdas o derechas en lo político; sean progresistas o conservadores en lo teológico) que sin pudor afirman: “nos conviene que una persona muera por el pueblo, y no que toda la nación perezca” (Jn. 11:50). La lógica de Caifas enmascara, de preocupación por el pueblo, su interés por conservar los privilegios de clase que le concede la estructura de poder en la que se mueve. Privilegios que veía poner en peligro por la praxis y mensaje de Jesús de Nazaret. Los discípulos y discípulas del Mesías sólo deben ser incondicionales del reino de Dios y su justicia. Nada más, ni nada menos.
Tengo la impresión de que nuestras sociedades y nuestras iglesias están a falta de disidentes. Mujeres y hombres que, a la manera de Jesús de Nazaret, se pongan al servicio del reino de Dios y, por ende, al servicio del Dios que se nos manifestó en Jesús. Como también escribirá Chomsky, “se puede ganar mucho con el activismo -yo diría con el seguimiento de Jesús- ... pero también se pueden perder muchas cosas. Y algunas de ellas no carecen de importancia, como por ejemplo la seguridad, eso no es algo secundario. Y la gente sencillamente tiene que tomar su decisión sobre el particular cuando decide qué va a hacer” (Chomsky: Obra esencial, Edit. Crítica, p. 257).
Al hilo de lo que escribe Noam, me viene a la memoria ese dicho de Jesús que afirma, de manera rotunda, “No penséis que he venido a traer paz a la tierra; no he venido a traer paz, sino espada, porque he venido a poner en enemistad al hombre contra su padre, a la hija contra su madre y a la nuera contra su suegra .de modo que los enemigos de uno serán sus propios familiares El que ama a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí; el que ama a su hijo o a su hija más que a mí, no es digno de mí; y el que no toma su cruz y me sigue, no es digno de mí. El que trate de salvar su vida, la perderá; en cambio, el que pierda su vida por causa mía, la salvará” (Mat. 10 34-39).
Perder la vida -renunciar a la seguridad- por causa del reino de Dios... Ahí está la cuestión. No existe otra opción para los seguidores y seguidoras de Jesús. Debemos tomar la cruz que ponen sobre nuestros hombros los centros de poder y caminar con ella haciendo frente a los poderes demoníacos de este mundo, sean éstos políticos, económicos o religiosos. No hay otra salida. No existe otro camino para el/la activista del reino de Dios.

Actitudes Pesadas



Skip Moen

Porque este es el amor de Dios: que guardemos sus mandamientos, y sus mandamientos no son gravosos. (1 John 5:3 LBLA)
Gravosos – Es un gran dilema, ¿no lo crees? Bajo la inspiración del Espíritu Santo, Juan nos dice que el resumen del amor de Dios se encuentra en guardar Sus mandamientos. No dice guardar los mandamientos del Mesías (aunque ciertamente pudo haberlo dicho pues significa lo mismo). Eso quiere decir que Juan debe referirse a los únicos mandamientos que conocía, precisamente, los mandamientos de la única Biblia que poseía, las Escrituras hebreas. Si éstas son palabras inspiradas, entonces no existe merito en intentar argüir que Juan no quiso decir lo que todo judío de su tiempo hubiese entendido como el termino tora. Pero he aquí el dilema. Juan dice que estos mandamientos no son gravosos. No sé qué piensas tú, pero a mí me cuesta tragarme esto. Me parece que gran parte de la instrucción de Dios en la Tora es gravosa. Sé que Juan dice la verdad, pero esa verdad no resuena en mi vida. Mejor escarbo un poco más para ver donde es que yo tengo el problema.
Juan utiliza la palabra griega barus. SI la utilizamos metafóricamente, significa gravoso. Pero literalmente, significa pesado. Puede utilizarse positiva (Matthew 23:23 “importante”) y negativamente (Matthew 23:4 “cargas pesadas). Aún más importante es que Juan hace eco a su Mesías. “Vengan a mi todos los que están cargados” (Matthew 11:28) “pues mi carga el ligera (Matthew 11:30) donde las palabras de Jesús se traducen con el sinónimo de barus. Si Juan y Jesús dicen que guardar los mandamientos no es dolorosamente difícil (y lo dice Dios mismo en Éxodo), entonces mi lucha debe ser el resultado de algo que no veo. ¿Cómo pueden Jesús, Juan y Dios decirme que seguir la Tora no me cansará cuando lo único que veo delante de mí son reglas y regulaciones que interfieren con mi vida presente?
Ah, ahora comprendo. Mi deseo de aferrarme a mi estilo de vida presente es la razón por la que estas instrucciones parecen tan pesadas. Yo no quiero cambiar la manera en que hago las cosas, así que, evidentemente, me parece difícil. Dios no me dice que la obediencia es indolora. Me dice que la obediencia cambia mis actitudes y que en el proceso de ser obediente, El alterará los deseos de mi corazón. Las instrucciones de Dios son como una caminata en la playa, pero no puedo disfrutar la caminata en la playa hasta que salga de la casa y ponga pie en la arena. Mientras luche contra Dios con mi deseo de quedarme en casa, cualquier esfuerzo de salir a la playa será gravoso. Pero una vez que sienta la arena entre mis dedos, el agua en mis tobillos y la suave brisa en mi rostro, entonces cambiarán mis actitudes.
He aquí el reto. ¿Confiaré en Juan y Jesús y Dios? ¿Decidiré que en realmente me dicen la verdad sobre los mandamientos? ¿Me comprometeré a sus exhortaciones y me convertiré en persona obediente y confiada en que al ser obediente se transformará mi antagonismo? ¿O rehusaré, pensando que sé mejor que nadie lo que me conviene? Veamos. Existe un proverbio para éste dilema. Va algo así: “No descanses en tu propio entendimiento.” Si deseas que Dios dirija tus pasos, tendrás que reconciliarte con la declaración de Juan. Si el amor de Dios se encuentra en guardar Sus mandamientos, entonces es sencillamente imposible esperar una vida de paz y gozo sin guardarlos. Podemos debatir todo el dia sobre lo extraño, incomodo e innecesarios que nos parecen, pero eso no cambia en nada la declaración de Juan. Y tampoco nos ayuda a llegar a la playa.
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UNA CONCATENACIÒN DE ACONTECIMIENTOS





por el Hermano Pablo

Comenzó con dos gramos de cocaína. Luego fumó varios cigarrillos de anfetaminas mientras bebía doce botellas de cerveza, y volvió a la cocaína. Habiendo introducido todo eso en su cerebro en un período de sólo tres horas, Joselito Cinco se fue a la casa de una amiga.
En la casa de la amiga, ingirió más cocaína, fumó marihuana y bebió más cerveza. De ahí fue a la casa de otra amiga, donde usó más cocaína.

Acto seguido, Joselito se fue a un parque. Allí mató a dos oficiales de policía, Kimberly Tonahill y Timothy Roupp: a la mujer, de cuatro tiros, y al hombre, de tres. El muchacho se había vuelto un animal. Un periodista hizo el comentario que había una sola palabra para definir todo eso: «Concatenación».

Uno de los aspectos de este caso que más llamó la atención fue lo que dijo el abogado defensor del homicida. Alegó que Joselito no era culpable, sino que era una víctima. Era víctima de una concatenación, o cadena, de acontecimientos.

He aquí el argumento del abogado: Joselito era hijo de un matrimonio divorciado. Después de hacerse mayor y de casarse, su madre se separó de nuevo, y él, su esposa y sus dos hijitos tuvieron que mudarse de casa. Sintiéndose abrumado por las presiones económicas, se relacionó con narcotraficantes, y esto lo llevó a usar drogas él mismo y a armarse de dos revólveres.
La noche del crimen la pasó comiendo e inhalando cocaína, fumando marihuana y bebiendo demasiada cerveza.

«Tal concatenación de acontecimientos y de circunstancias —sostuvo el abogado— no podía producir más que lo que produjo: una ráfaga de tiros que acabó con la vida de dos policías que cumplían con su deber.»

En vez de citar las circunstancias de nuestra vida para justificar toda clase de descalabros, ¿por qué no miramos más bien a nuestro alrededor? Miremos a nuestra familia, observemos a nuestros hijos, examinemos nuestro hogar.
¿Qué concatenación de circunstancias comienzan a manifestarse? ¿Hay separación? ¿Hay divorcio? ¿Hay drogas? ¿Hay alcohol? Conste que si nos descuidamos podemos acarrear una desgracia, y después no habrá nada que podamos hacer.

¿Habrá alguna solución? Sí, la hay. Podemos suscitar una concatenación de acontecimientos a nuestro favor.
Si acudimos a Jesucristo, que murió por nosotros, Él acudirá en nuestro auxilio y nos ayudará a vencer, no obstante las circunstancias, y nos salvará de los efectos del vicio y del pecado.