sábado, marzo 19, 2011

LA IGLESIA DE UTOPOLIS



La iglesia de Utópolis es extraordinaria. Y no es que sus propios miembros lo digan. Lo atestigua la comunidad en la cual esta insertada.
EL domingo, quien acude al templo, modesto aunque limpio y acogedor, entra en un ambiente festivo. La cordialidad y la transparencia de las personas es cautivadora. Da gusto participar en la vida de esta iglesia.
Después de atravesar lo que parecía el área de relaciones públicas entrar en el santuario, me quede todavía más estupefacto. Nada de miradas interrogantes o de apatía. Sentí que todos se conocían, se amabas, se sentían responsables unos de otros. La comunión que tenían con Dios marcaba la comunión que tenían entre sí. Pude observar que el evangelio funcionaba y era verdad. Una nueva humanidad, fruto de la redención, de la conversión y de la dinámica del Espíritu Santo, se manifestaba allí con plena exuberancia. ¡Y qué gusto daba vivir la Bendición de la reconciliación con intensidad y autenticidad!
Cuando comenzó el culto, pensé que la atmósfera inicial  desaparecería en la participación pasiva de un culto formal. Nada de eso. Nunca imaginé lo que iba a suceder. Participe de una alabanza que me llevo a la presencia de Dios. Pero no era solo alabanza. Era un loor con compromiso. La confesión de Pecados llegó a sobre cogerme. Conseguí liberarme de algunas cosas que me habían estado agobiando desde tiempo atrás. La intercesión fue una lucha junto a Dios entre el diablo,  el dolor, la muerte. EL sermón, sin adornos ni retoricas, habló de las cosas de Dios y la vida, con autoridad. La palabra calaba  en el corazón. La gracia y el Espíritu la aplicaban. El verbo se hacía carne. Por otra parte,  no había conocido al pastor antes del culto porque estaba en oración con sus líderes. Cuando apareció la figura inexpresiva, me sentí algo desalentado. Pero cuando el hombre, o mejor, el hombre de Dios dirigió el culto. Tuve que pedir perdón a Dios.
Después del culto hubo escuela dominical. Yo, doctor en teología, primero pensé en salirme. Pero me retuvo la invitación sincera e insistente de que participáramos en “nuestra clase”. En ella de discutió la biblia y la vida. La enseñanza no fue formal. Nada de discursos inocuos. Di gracias a Dios de que ese profesor no hubiera pasado por una institución teológica típica. Lo que conversó con todos nosotros, más bien lo que facilitó que sucediera entre todos nosotros, me acompaño toda la semana. Sentí que parte de la fuerza de esta iglesia provenía de su solida fundamentación de la palabra de Dios. Sin por eso querer llenarnos la cabeza de informaciones  inconsecuentes. Los fue guiando, esto si, a la plenitud de Cristo en la dinámica total de sus vidas.
Después de la escuela dominical, no quería salir de esa atmósfera, en una iglesia así puedo pasar cuatro horas sin mirar el reloj. Por esto mismo participe en la reunión de una comisión que llamaban de diaconía. La recesión y el desempleo habían producido problemas serios entre algunas familias de la iglesia, y entre muchas familias del barrio. Y la iglesia  no quería ocuparse tanto del cielo como para despreocuparse de  la tierra. Cuando entré en la salita de la reunión de diáconos, vi cosas con las que había soñado pero nunca visto. Los hermanos con empleos habían traído arroz, frijoles, azúcar… hasta carne seca vi. El líder de la reunión tenía la lista de las familias desempleadas. Antes de hacer la distribución de las donaciones, todos oraron por la necesidad de empleo y justicia en el mundo, también para pedir la guía de Dios en la distribución de lo que habían traído los miembros de la iglesia. La mitad de los víveres fue para las familias necesitadas de la iglesia, y la otra mitad para las familias pobres de la comunidad. Lo que más me sorprendió fue que nadie, en el culto, alardeo de ese ministerio de la iglesia.
Dado que mi conexión aérea era el lunes, el domingo por las noche volví al templo una vez más  vi a toda aquella gente, sencilla, es verdad, pero feliz. Un culto con mucha participación. Un anuncio simple, claro, pero poderoso del Espíritu. Docenas de conversiones, después de una invitación sin mucha insistencia. Cuando le pregunte al pastor como era posible esto, me respondió que toda la iglesia evangelizaba. El se limitaba a sacudir el árbol. Al final del culto hubo mas de dos decenas de bautismos y mucha alegría. La presencia inefable, pero real del Dios vivo.
¡Qué iglesia más  evangelística!
Finalmente había descubierto una iglesia con la que siempre había soñado. ¿Existe esa iglesia?
Manfred Grellert

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