sábado, octubre 31, 2009

Una Visiòn que me hizo pensar



Juan Stan

No soy muy dado a sueños y visiones, pero a veces son interesantes. Por supuesto, siempre tienen que interpretarse con mucho cuidado, a la luz de las escrituras (igual que la profecía: 1Cor 14:29; 1 Tes 5:21). Hoy quiero contar un sueño que tuve, y también una visión.

En cierta ocasión tuve una visión. Estuve en el Hatillo, en las afueras de Tegucigalpa, predicando sobre el juicio final. Terminando el sermón estaba comentando las palabras tan solemnes de Mateo 7:21-23. Me emocioné mucho con el texto, me sentía realmente en la presencia del Señor, y de repente comencé a ver con mis propios ojos esa escena. "Hermanos y hermanas", dije a la congregación, "ahora mismo estoy viendo a una fila de personas esperando su turno para el encuentro con Jesús". En la visión todos tenían una Biblia debajo del brazo, y (no tengo idea porque) todos los hombres llevaban corbata. Uno atrás en la fila cantaba, con voz muy fuerte y una sonrisa de oreja en oreja, "Cuando allá se pase lista, a mi nombre yo feliz responderé". Uno más adelante en la fila, un poco más cerca al gran encuentro, me explicó que mientras esperaba su turno estaba formulando sus credenciales, como una especie de carta de presentación, para acordarle al Señor quien era él. En seguida él llegó ante Cristo y escuché la siguiente conversación:

Él: “Aquí estoy, Señor, y quiero avisarte que soy creyente evangélico, reconozco tu deidad y te confieso como Señor de señores (tu sabes con qué entusiasmo cantaba mi coro favorito, “Jesucristo es el Señor”). Y quiero acordarte que he profetizado, y además he exorcizado demonios y he hecho milagros, todo en tu nombre. Así que, Señor, ¡favor de abrirme la puerta de tu reino!”.

Jesús: “Muy interesante, pero nada de eso viene al caso. Yo te ordené que guardaras todo lo que yo había mandado, y sin eso todo lo demás no vale un pito. Yo veo que no has hecho el bien que mandé y has hecho el mal que va contra mi voluntad. Así que lo siento mucho, pero vete de aquí, hacedor de maldad. Tú no entras en mi reino”.

Él: "Pero Señor, eso me suena a salvación por las obras. Nosotros creemos en la justificación por la sola fe".

Jesús: "Eso es verdad pero lo has malentendido. La fe que salva es la fe que obra por el amor. La fe sin obras es muerta. Esa fe tuya es pura palabrería".

Él: “¿Pero cómo es eso, Señor? No entiendo. ¿No recuerdas tú que te acepté como único y suficiente Salvador aquella noche en la campaña evangelística? Y permíteme acordarte que soy miembro en plena comunión de una de las denominaciones evangélicas más bíblicas y ortodoxas del país (tú sabes cuál es)”.

Jesús: “Eso no me impresiona tampoco. Ya te dije, ¡vete de aquí!”

Él:(Sigue confundido): “Pero, Señor, cumplí todo lo que nos enseñaron y nos pedían nuestros pastores. Por cierto, ellos me querían mucho”.

Jesús: “¡No me digas! Ahora veo donde está el problema. Pues entonces, tráiganme a esos pastores”.

Pastores: “Sí, Señor, ¿por qué nos has llamado? ¿En qué te podemos servir?”

Jesús: “¿Qué es ese 'evangelio’ falso y fácil, de ofertas baratas, que Ustedes han venido enseñando a esta gente? ¿No se recordaban que yo les iba a pedir cuentas de su fidelidad a mi evangelio? Yo les llamé a tomar la cruz y seguirme, para cumplir toda mi voluntad. Ni lo han hecho ni han enseñado a otros a hacerlo”.

Pastores: “Señor, no te entendemos. No ves que trabajamos muy duro por la iglesia, y predicamos un mensaje muy adaptado a nuestros tiempos. Y vieras cómo se llenaban los templos. Tampoco eran nada malas las ofrendas.”

Jesús: “Pero eso no es lo que yo les ordené. Yo les llamé a un evangelio de discipulado radical, en todos los aspectos de la vida, hasta las últimas consecuencias, hasta la muerte misma, no un evangelio de ofertas baratas”.

Pastores: “Pero Señor, ese mensaje de algunos radicales y extremistas nunca nos parecía a nosotros. Eso no ayudaba para nada al iglecrecimiento, porque, como seguro estarás de acuerdo, lo más importante es llenar los templos para que la iglesia crezca y sea fuerte”.

Jesús (Perdiendo ya la paciencia): “Pues, ya basta. Ustedes llenaban los templos de gente que no pasaban de decir “Señor, Señor”, aplaudir y cantar coros. Váyanse ustedes también de aquí, junto con ellos.”

Mi visión me hizo recordar el letrero de una antigua iglesia en Alemania, con el que terminé ese sermón en Honduras aquella noche:



Me llaman Maestro y no me escuchan,

me llaman Luz y no me miran,

me llaman Camino y no me siguen,

me llaman Vida y no me viven,

me llaman Sabio y no me aprenden,

me llaman Justo y no me temen,

me llaman Señor y no me obedecen,

si yo los condeno no me reclamen.

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