martes, mayo 19, 2009

Nuestra mente: divino tesoro.


Ángel Fernández, España

El mundo de la mente humana está lleno de tremendas complejidades. Esto es algo sabido por todos. Lo que es quizá menos sabido es que muchas de nuestras creencias (que consideramos) cristianas, a menudo carentes de contacto con el mundo real que nos rodea, a veces no hacen otra cosa que crear estructuras que perjudican nuestra salud mental en lugar de ayudar a liberarnos de ellas. Muchos cristianos son demasiado rápidos a la hora de apoyar cualquier tipo de teología que tira por tierra la sabiduría humana y que proclama la suficiencia de las Escrituras como base de todo el pensamiento humano. Y este tipo de teología se convierte a menudo en herramienta de manipulación mental, a modo de juego sicológico para afectar el comportamiento de otras personas. No son pocos los sermones que he escuchado en mi vida que se han encargado de, por ejemplo, denigrar la ciencia como la más clara evidencia de arrogancia que puede alcanzar el ser humano (y por medio de ello, intentar manipular los pensamientos de los que escuchan). Esto siempre me ha sorprendido, porque no me cabe duda de que si algún familiar de esos/as pastores/as se pusiera enfermo no dudarían en llamar al doctor y escuchar su veredicto profesional (siempre procedente del campo científico). ¿No hay acaso hipocresía en este dualismo entre lo que se dice desde el púlpito y lo que se hace cuando llega el momento de la verdad?

Aunque estas actitudes ‘anti-sabiduría humana’ son más comunes de lo necesario en muchas de nuestras iglesias evangélicas, parece que estos cristianos no se dan cuenta de que al denigrar todo el conocimiento secular como si no tuviera ninguna utilidad para nuestras vidas, también deniegan el hecho de que todo el conocimiento que nos lleva a la verdad del mundo que nos rodea procede de Dios (si es que el Dios al que alabamos es un Dios que ama la verdad). Es obvio que toda teología realmente bíblica tiene que reconocer desde el principio que Dios ha dado mentes a los seres humanos y que bendice el uso de dichas mentes para incrementar nuestro conocimiento acerca de Su creación.

Si nos centramos en el mundo de la sicología por un momento, los sicólogos llevan ejercitando sus mentes muchos años y en este tiempo han conseguido acumular una buena cantidad de información muy útil acerca de cómo funciona nuestra mente, de las estructuras que se generan y que a menudo controlan nuestro pensamiento y, como consecuencia, también nuestras acciones. Nos han ayudado a entender, en buena medida, por qué la gente reacciona de formas determinadas ante diversos estímulos, por qué la gente piensa de determinadas maneras y cómo esas maneras interactúan con nuestra forma de vida, cómo ciertos eventos influyen en nuestra forma de pensar y determinan el desarrollo de ciertos hábitos, etcétera. Todos estos avances han de llevarnos a la conclusión de que la sicología, como disciplina totalmente secular, tiene verdadera utilidad para nuestras vidas.

Aunque podríamos aplicar esto mismo a otras muchas ramas de la ciencia de las cuales dependemos hoy mucho más de lo que queremos reconocer muchas veces, si me estoy centrando ahora en esta rama en particular es porque a menudo existe la percepción, dentro de algunos grupos cristianos, de que lo que ocurre en nuestra mente no es otra cosa que el reflejo de una batalla entre Dios (o las fuerzas del bien) y Satanás (o las fuerzas del mal). Hay un exceso de libros hoy día en las estanterías de las librerías evangélicas que fomentan una visión reduccionista y demasiado simplista de la mente humana, enfatizando los elementos espirituales por encima de todo y dejando a un lado otros factores físicos que tienen gran importancia en la manera en la que actúa nuestro cerebro.

Pondré un ejemplo. Hoy día existe un buen número de personas que sufren depresión. Las causas de la depresión pueden ser muy diversas, tanto físicas como síquicas. No hay solo una explicación para este fenómeno, como tampoco hay una sola cura. A veces consejería puede ser suficiente, mientras que en otros casos es necesario incluso tomar ciertos medicamentos que nos ayuden a superarla. Una persona que sufre depresión puede llegar a decir cosas y cometer actos que en condiciones normales no pasarían por su cabeza. Reducir todas las complejidades involucradas en esta enfermedad a la formula espiritual que dice:
“Esta persona está siendo atacada por Satanás”, denota una tremenda falta de sensibilidad y de responsabilidad. E igualmente perjudiciales son las otras frases que se derivan de esta percepción tan reduccionista: “Tienes que orar más y hacer más guerra espiritual para combatir a Satanás. Al fin y al cabo eso es lo que dice la Biblia, que debes resistir a Satanás”. Espero que sea obvio para el/la lector/a el potencial que frases como estas tienen para dañar la mente de los cristianos que buscan una solución honesta a sus problemas.

No pretendo decir que las Escrituras no contengan mensajes a menudo muy útiles para nuestras vidas. Pero las Escrituras no tienen la respuesta a todos nuestros problemas, como tampoco tienen todas las explicaciones a las preguntas que nos pueden surgir. La Biblia contiene respuestas a un tipo de preguntas determinado; pero aplicar dichas respuestas a otros ámbitos de la vida puede convertir dichas Escrituras en todo lo contrario de lo que intentan ser, en opresoras en lugar de liberadoras. El problema es similar a lo que ocurre en el debate entre creacionistas y evolucionistas, con la diferencia de que en el caso de la depresión las consecuencias para las personas afectadas pueden ser muy serias, llegando a provocar daños a veces irreparables. Si la Biblia no es un libro científico y nunca pretendió serlo, ¿por qué a menudo se enfrentan las Escrituras a los avances de la ciencia desde algunos púlpitos como si ambos fuesen enemigos irreconciliables?

Es por esto que necesitamos que nuestra teología sea informada adecuadamente por el conocimiento que nos rodea, que aprendamos a desarrollar una teología que sepa convivir con nuestra cultura, con nuestros otros conocimientos, sean seculares o no. No se trata de adaptar el mensaje del Dios a nuestra cultura, diluyendo su base y desviándonos del centro del mensaje cristiano. Se trata más bien de todo lo contrario: de aprender a leer la Biblia correctamente, en su contexto, y aplicar sus respuestas a las preguntas adecuadas, reconociendo que en ella no encontramos todas las respuestas, como tampoco todas las soluciones a nuestros problemas. Hemos a aprender a dejar la Biblia a un lado cuando no es suficiente y mirar a nuestro alrededor, a las otras fuentes de conocimiento de las que disponemos. Hemos de aprender a decir que ‘no’ cuando alguien intenta interpretar nuestros problemas en los términos equivocados, por muchas palabras espirituales y textos bíblicos que usen, incluso cuando eso implique decir que ‘no’ al pastor/a de turno. Es necesario que aprendamos a detectar los juegos mentales que otros cristianos están intentando practicar con nosotros, los caminos por los que nos están intentando hacer andar y los distintos estilos de manipulación que distintas figuras del panorama evangélico utilizan antes de que sea demasiado tarde. Tenemos que aprender a cuidar de nuestra mente: es nuestro tesoro divino.

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