viernes, abril 03, 2009

¡ A ESTA NIÑA QUE QUIERE SER GRANDE !


Alexander Cabezas. Coordinador de Relaciones Eclesiásticas de Viva de América Latina y el Caribe.

Que la iglesia evangélica en América Latina tiene poco más de 150 años, es un motivo para decir que camina por ¡la niñez de su vida!

“Esta niña” que a pesar de haber soportado embates, murmuraciones, críticas, traiciones, y hasta lágrimas de sangre; si ha sabido conservar su esperanza, pureza e inocente; se debe a no haber olvidado que nació de las entrañas de Cristo, que por sus venas corre el sabor divino-humano, gracias a aquel Dios- hombre, quien la tomó, la amó y la compró con precio de sangre.

Sin embargo, por momentos “esta niña” quiere sentirse grandecita porqué sabe que puede ser más admirada, más deseada y más poderosa. Y no es que sea malo extenderse ¿acaso no es el proceso natural de todos aquellos aspiran grandes cosas?

El peligro de crecer demasiado, muy rápido y sin medida, es perder el encanto, olvidar las raíces, perder la inocencia, sentirse arrogante y autosuficiente. Pretender que con su fuerza puede aplastar y subyugar a todos aquellos que no son, o se parecen a ella.

Eso mismo les paso a otras, quienes florecieron antes que nosotros. Crecieron tímidamente en medio del dolor y el esfuerzo; se hicieron grandes probando el poder, quizás en exceso. Y ¿cuál fue el costo? Tristemente envejecieron, perdiendo su espíritu de niña y con el tiempo se han ido marchitando.

Sí, actualmente son concurridas, pero por cientos de turistas con cámara en mano, quienes tratan de captar los galardones que hablan de una gloria pasada.

Hoy día mayormente su grandeza esta en las edificaciones que muestran; estructuras imponentes que se extienden hacia el cielo pero, incapaces de tocar a los peregrinos extraviados anhelantes de beber de algún manantial que les conceda descanso para sus almas.

A esta “niña” le recuerdo que si aspira a ser grande deberá recordar que el corazón del evangelio, traduce grandeza en: servicio y asombro.

Servicio, pues es así como cumple su propósito y se asemeja más a Cristo. Es por medio del servicio que aprende a amar a Dios y lo que él ama hasta sus consecuencias finales: “El hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir y para dar su vida en rescate por muchos” (Mateo 20:28), tales como los débiles de este mundo, los desprotegidos, los niños y las niñas más vulnerables.

Y digo asombro, pues es recobrar la admiración presente en aquellos detalles pequeños y sencillos, pero capaces de capturar las grandezas incontenibles en Dios. Allí tenemos a Jesús quien lo ilustra con aquellos hombres excitados al momento siguiente de haber probado el poder celestial dijeron: “Señor, aún los demonios se nos sujetan en tu nombre…” (Pero estaban olvidando cual era la verdad revelada; la joya celestial). Porque sólo aquel que esta dispuesto a tener el corazón de niño o niña, puede cambiarlo todo, dejarlo todo, por correr a los brazos de su Padre que le llama por nombre: “Pero no os regocijéis de que los demonios se os sujetan; sino regocijaos de que vuestros nombres están escritos en los cielos” (Lucas 10:20).

Por lo tanto, Dios ha puesto en las manos de cada creyente ya sea, niño, niña, adolescentes y adulto, la tarea de velar por su amada: la Iglesia. Así que proclamémosla a los cuatro vientos y amémosla pero, cuidémosla para que crezca bella y saludable para su Señor.
[1] Este escrito busca animar a la iglesia de América Latina y el Caribe a repensar sobre el desarrollo que está experimentando hoy en día. Tenemos una seria responsabilidad de velar por un sano crecimiento integral y no repetir la historia que vivió las iglesias orientales y europeas, quienes producto de su expansión se volvieron estructuras poderosas que han perdido su pertinencia en medio de la sociedad actual.

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